miércoles, 19 de julio de 2006

Las Campañas del Desierto


    Dar una mirada a las décadas del 70 al 80 del siglo XIX en los legados de nuestra vida nacional, sería como repasar una historia un tanto comprometida en que aparece una realidad de matices difusos y contrastantes. Por un lado se visualiza un país en que el Presidente Avellaneda trabajaba con ahínco para lograr una importante inmigración, apertura económica y educación, dando continuidad de este modo lo iniciado por Sarmiento; mientras que por otro lado se planificaba con meticulosos detalles la “solución final” del problema aborigen ayornada con el rimbombante nombre de “campaña o conquista al desierto”. Ahora bien, debemos entender que el desierto no era tan desierto porque en gran medida ya había sido conquistado por diversas tribus nómadas y algunas sedentarias que lo poblaban y eran ellos los verdaderos dueños de esas tierras e inmensidades, dueños estos que se vieron arrebatados de sus derechos en nombre de lo que ahora se llamaba “conquista y civilización” en donde también debemos ser sensatos y entender que la conquista fue un atropello cruel y despiadado, mientras que la civilización para aquellos pueblos aborígenes fue en gran medida engaño y mentira que aún perdura en nuestros días y a pesar de más de 130 años transcurridos, es una herida que además de perdurar, duele y lastima.

   Quizás como lado positivo podemos decir que las barbaries de las invasiones indias en contra de las poblaciones y colonias se acabaron luego de estas campañas, pero de ningún modo justifican las mismas la crueldad y el exterminio de gran parte de aquellos pueblos. Extender las líneas de fronteras de manera violenta no era otra cosa que arrebatarles territorios a los aborígenes, como también fue en gran medida un excelente negociado económico para muchos “visionarios de la época”, en donde no faltaron quienes amasaron fortunas y lograron posiciones a expensa de echar al indio.

    Si bien los pueblos aborígenes fueron perseguidos, diezmados y masacrados, al final de estas campañas muchos se beneficiaron, por lo tanto esas “campañas conquistadoras del desierto” iban avanzando rumbo al sur del continente americano. Así lo mencionaba el General Roca en un parte al mismo Presidente de la Nación en junio el año 1879 “Puedo anunciar a V.E. que se acaba de dar cumplimiento a la ley que disponía el establecimiento de las líneas de fronteras en las márgenes de los ríos Negro y Neuquén, ya los pocos indios que quedan en la pampa son acosados por todas partes por nuestras tropas…” Imaginarse el “acosamiento” al que se refiere el General Roca y se lo manifiesta al mismo Presidente de la Nación, hablaba por si solo de una campaña despiadada y cruel de exterminio casi sin límites ni reglas por parte del estado en contra de las comunidades aborígenes y se debe  suponer que no faltaban los constantes hechos de crueldad sin límites. Dentro de esas crueldades, además de matanzas indiscriminadas, era en muchos casos las de ataques a tolderías indefensas cuando los varones adultos estaban alejados de las mismas, pero en general se debe considerar que la familia india era diezmada de cualquier forma y método para logra el exterminio: Las mujeres ancianas muertas a igual que los indios viejos; las mayores hechas prisioneras; las más jóvenes eran sistemáticamente violadas y se las forzaba a prostituirse; los niños terminaban separados de sus madres y quedaban abandonados o asesinados y tantas calamidades más, mientras que a los indios adultos se los convertía en esclavos y se los deportaba a otros sitios del país. Cuando se investiga con cierta profundidad este tema no se entiende la crueldad del hombre, y lo más grave es que en este caso no fue el conquistador español con el cual siempre nos lavamos la boca de todo lo que abusó del indio, aquí fue el mismo argentino que cometió semejante atropello y lo realizó incitado por el mismo estado.

    Dentro de estas calamidades y aberraciones la iglesia también estuvo presente con sus misioneros y evangelizadores sin darse cuenta que les hubiera cabido una evangelización profunda a los conquistadores del desierto más que a los mismos aborígenes. De todos modos en estas quizás mal llamada “campañas” o “conquistas”, hubo innumerables muestras de valor en destacados sacerdotes y congregaciones de religiosos como los salesianos, quienes en la segunda campaña se oponían con gran decisión y energía, muchas veces poniendo su propia vida de por medio para defender al aborigen ante las crueldades de los soldados, el asesinato, y el desmembramiento de la familia india; por lo que en muchos caso obraban como moderadores del mismo ejército impidiendo estas maldades y atropellos despiadados.

    Sin lugar a duda también que, más allá de esos lamentables  excesos, aquella conquista del desierto tuvo aristas positivas -como la ya mencionada- en relación a la amenaza constante de invasiones indígenas sobre poblaciones argentinas; también fue positivo avanzar sobre la consolidación de nuestra soberanía en territorios pocos poblados en el sur argentino donde muchas tribus indígenas comercializaban peligrosamente tropas de ganado con hacendados chilenos; pero también es indudable que queda un vacío muy profundo en relación al método usado con el cual se trató de exterminar la población indígena, poniendo en práctica el desmembramiento y la crueldad.

     A pesar de sobrarnos territorios, no se trató de incorporar al aborigen en reservaciones, induciéndolos para que conformaran colonias productivas para así realmente conquistarlo y educarlo a un sistema nacional, al contrario, de manera artera y soberbia se lo echó de su tierra con la terrible consecuencia que grandes extensiones de aquel mismo territorio en muy poco tiempo pasaron a manos de grandes terratenientes y empresas extranjeras y en muchas de sus estancias aún en nuestros días  flamean banderas que no son exactamente la celeste y blanca que creó el General Belgrano.

   Hoy después de haber pasado más de un siglo nos debemos preguntar si aquellas empresas fueron verdaderas campañas y conquistas del desierto, o si realmente fueron campañas sin conquistas, donde se desmembraron pueblos aborígenes para dar lugar a otros intereses económicos que en muchos casos  poco pueden haber contribuido a la grandeza e integración nacional. Argentina realmente tenía y tiene territorio para que convivan y se amalgamen culturas nacionales inclusive la de los aborígenes echados injustamente de sus tierras, las que hubieran sido un ingrediente extraordinario para dar fortaleza a nuestra nacionalidad. Si hoy aquellos pueblos que hemos diezmado y perseguido estuvieran presentes e incorporados a nuestro acervo nacional nuestra soberanía territorial y económica sería más fuerte y protectora y nuestra conquista del desierto sería una realidad nacional y no una herida que nunca termina de cerrar.


Walter Bonetto
19 de julio de 2006
Diario PUNTAL ciudad de Río Cuarto
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miércoles, 5 de abril de 2006

El Golpe



    Los Argentinos en general hemos vividos marcados por una tradición golpista que fue interrumpiendo la democracia y postrando a la nación. La caída de Irigoyen en el año 1930 fue el epicentro de un acontecimiento estremecedor que sepultó a la república y quedó como el “modelo aprobado” de un ensayo definitivo para continuar transitando un futuro sin historia de nación próspera, propia por la mezquindad de sus dirigentes y la falta de madurez de su pueblo. Esta conducta al final fue permitiendo una sucesión de golpes y “danza de generales”, aplaudidos silenciosamente por miles y miles de habitantes, que les permitieron subir sin derecho alguno al palco oficial para terminar obrando de sepultureros de la república, mientras se arrogaban que serían sus salvadores.


    Hoy Argentina transita tiempos distintos; aires nuevos; atmósfera menos enrarecida. Su pueblo desea tener memoria de los horrores de un pasado que lo atormenta, que lo entristece, que lo avergüenza, en donde el recuerdo de miles de mujeres y hombres jóvenes que fueron torturados y perdieron la vida por pensar distinto, palpita en el dolor de muchas madres, padres y hermanos y les pesa demasiado a gran parte de esta sociedad, muchas veces ciega y arrebatada, que no dejó de obrar en complicidad, por su indiferencia, con los golpistas de todos los tiempos. Pero también y aunque a veces no se lo diga en letra grande, pesa demasiado el dolor de cientos y cientos de madres, hijos, padres y hermanos que perdieron a sus seres queridos víctimas del terrorismo subversivo.
    Lo básico lo elemental de nuestros males, es que los argentinos a través de la historia no hemos sabido valorar ni definir “qué es la república”, porque poco nos importó esta. Ya desde los años 30, cuando miles de hombres y mujeres aplaudían con entusiasmo y alegría al Colegio Militar de La Nación en “su entrada triunfal”  llegando a la Plaza de Mayo para arrebatar al gobierno de Irigoyen, se observa una conducta confundida de la sociedad. En aquel lugar estaban “los legionarios de Mayo” (creados por el general golpista) y miles de estudiantes habían luchado en las calles porteñas manifestando el derrocamiento del jefe de estado y aplaudían con mucho entusiasmo al mismo Uriburu.
    Parece que todos estaban eufóricos y alegres de haber sentado en el sillón de Rivadavia al primer dictador de la historia. Con los años  los golpes se repitieron y los argentinos fuimos postergados. La prospera nación con sus enormes riquezas y su gran potencial quedó como excluida de un destino de grandeza y la sociedad quedó terriblemente dividida y desorganizada. Surgieron las pasiones y nadie defendió a la república. El Doctor Marcelo Torcuato de Alvear –como echándole leña al fuego- declaraba desde Europa su complacencia por la caída de Irigoyen. La mayoría del espectro político aplaudió a los militares que ahora eran los dueños del poder. Miles de ciudadanos se encontraban eufóricos porque ahora estaban los militares y tendrían orden. “La hora de la Espada” de Leopoldo Lugones había llegado, -es que los militares y la iglesia debían salvar la nación- . Ingenuos los argentinos. Es que la constitución se había violado.  
    La fórmula se siguió aplicando. Los complots militares se sucedieron. Fragores y revoluciones fueron como “desandando la historia” y postergando el porvenir de millones de ciudadanos, mientras tanto, muchos aplaudían en silencio cómplice la “danza de los generales” y así fue como aplaudieron la “revolución del 55”, la caída de Frondizi, la caída del Doctor Illia y hasta la caída de la viuda de Perón. Nadie defendía la constitución, nadie defendía a la república y cuando el golpe se producía muchos políticos de oposición, gremialistas y sindicalistas se congratulaban, y así tiraban tierra sobre la tumba de la nación para que en “paz descanse”
    Las consecuencias de estas revoluciones fueron fatales para el país, todos los argentinos podemos imaginarnos y palpar ahora los funestos resultados. Hoy la nación toda paga las consecuencias de vivir con tantas diferencias y tanta pobreza sobre una tierra rica y prometedora. Pero debemos ser sensatos, jamás las Fuerzas Armadas de la nación estuvieron solas en estos atropellos constitucionales. Al contrario, siempre “estuvieron bien acompañadas” por intelectuales, profesionales, instituciones señeras, y ciudadanos en general. Muchos argentinos veían con agrado que “subieran los militares” sin medir consecuencias.
    Dentro de las mismas Fuerzas Armadas también existían grandes diferencias. Lo que ocurre es que en el interior de los cuarteles no se deliberaba sobre política, pero lo cierto es que desde la revolución del 30 muchos de los integrantes del estado mayor del Colegio Militar de la Nación estaban en total desacuerdo con el golpe y por momentos hasta su mismo director no estaba convencido con derrocar un gobernante constitucional porque no era función del ejército, pero la presión ciudadana y de políticos extrapartidarios y varios partidarios fue tan grande, que al final su actitud cambió. Esa diferencia de militares golpistas y constitucionalistas siempre existió, pero en definitiva la ambición de poder, el distorsionado concepto de “salvar a la patria” de los golpistas, tanto militares como civiles, se fue imponiendo hasta desembocar después de varias décadas en el “proceso de reorganización nacional”. Este proceso  terminó empeñando a nuestra nación en lo económico, desmantelándola en lo industrial, en donde el “silencio era salud” (slogan oficial para impedir que nadie hablara), dejando tremendas heridas sociales por el problema de los desaparecidos y llevando al país a una guerra perdida.
    Todo esto nos pasó a los argentinos. Recordemos también un episodio tan interesante como olvidado cuando  en el año 1976 el General Videla almorzaba en la casa rosada con algunos de los más encumbrados intelectuales del país y varios de ellos (importantes referentes nacionales) declaraban a la prensa de aquel día: el orgullo que habían sentido por compartir la mesa con el “General Presidente”. Orgullosos del suceso no dudaban en  destacar y hacer públicas sus declaraciones: “…el coraje que el General Videla tenía por sacar al país de la ignominia…”, eran  miles de instituciones intermedias de la nación que se congratulaban con el golpe.
    Unos años después del golpe del 76, más concretamente en agosto de 1978 en una ciudad mediterránea de esta patria se embanderaba una avenida, la prensa ocupaba importantes espacios de anuncios comerciales dando la bienvenida al Almirante Masera, miembro de la junta militar de gobierno. Mucha, pero mucha gente aplaudía su paso, disertaciones, cenas y agasajos para el Almirante en tránsito. Hoy pasaron varias décadas, lo lamentable, lo triste, es que le queremos hacer creer a nuestros hijos que el golpe y la desgracia nacional fue sólo de los militares.


Walter Bonetto

5 de abril de 2006
publicado en  www.ranqueles.com 
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