sábado, 5 de enero de 2013

El viejo fuerte de Río Cuarto controlaba el aguardiente


Comentario de Historia de Río Cuarto

     Escudriñando a través de la historia es posible encontrar que ya antes de 1740 sobre el río Cuarto existía un “fuerte”  cuyo objetivo era dar seguridad a las tropas de carretas y arreos de mulas que trasladaban las mercaderías desde Buenos Aires a Mendoza, viaje este que comprendía recorrer unas 200 leguas, pasar nueve  ríos con sus propias dificultades, y enfrentarse con centenares de peligros y limitaciones, considerando además que en varias partes de esta  travesía por las pampas escaseaba el agua.
    Ahí surcaban las carretas sus trayectorias con la carga y los riesgos a cuesta.  También en este mismo año el Gobernador de Córdoba del Tucumán resolvió gravar el aguardiente en tránsito con un impuesto muy significativo que se cobraba en la “guardia de Río Cuarto” y esto fue todo un grave problema. Un informe del Cabildo de Mendoza detalla “Los guardias le quitan el dinero a los troperos y botijas de aguardiente y  existe un acta en que se denuncia el despojo que le hicieron al carrero don Pedro Sánchez en donde le quitan los platos de plata, cucharas, mate, pie y bombilla, ponchos, frenos y avíos”.
     Hay muchos episodios documentados  de esta naturaleza, los que se nota que eran común en la Guardia del Fuerte de Río Cuarto. Tanto es así que el documento detalla que los guardias de Río Cuarto obligaban a los carreros a realizar pagos ilegales para dejarlos pasar caso contrario no continuaban hacia Buenos Aires. Estas cargas de carretas transportaban vino y aguardiente, este último era el que estaba grabado y pasaban unas 8000 botijas por año, por lo tanto la guardia exigía que se destaparan las botijas para comprobar si estaban llenas con vino o aguardiente, dado que siempre declaraban vino.
     Las botijas abiertas continuaban viaje en malas condiciones, en virtud que el tapado de las mismas, realizado con yeso tratado, lo efectuaban exclusivamente en las viñas de origen en Mendoza  con procedimientos especiales. Una vez roto el tapado original, el producto quedaba adulterado. Intensas fueron las gestiones que se realizaron por parte de los productores cuyanos por el destape de las botijas en la Guardia de Río Cuarto, para esto  enviaron un representante al Virrey Del Perú solicitando  que suspendiera este impuesto y denunciara los atropellos en los controles del camino.
   También por aquellos años fueron muchas las caravanas de carretas que atravesaron las pampas al sur del fuerte de Río Cuarto para evitar estos controles y sus sobornos, pero esto se convertía en un riesgo tremendo porque se debían exponer en territorio indígena. Además la guardia los perseguía y al detenerlos le confiscaban la mercadería y los llevaban presos  a Córdoba dado que  controlaban el camino y una amplia región. En este caso la guardia resultaba más efectiva para “atrapar carreros” que para protegerlos de los indios.  Ocurría  que era mucho el dinero que se manejaba, además el carrero debía traer dinero cantante y sonante para pagar el impuesto y sobornar a los guardias.
Fue don Hermenegildo Quiroga un tropero cansado de ser maltratado y sobornado  por  la guardia de Río Cuarto, quien con su tropa de carretas y doscientas mulas  desvió el camino para eludir el fuerte de Río Cuarto, al final los indios hicieron de las suyas y fue muerto junto a sus peones, este no fue el único y lamentable caso. En definitiva la autoridad no obraba con decencia ni con justicia,  todo se movía al compás de lo que se podía “recaudar”. Pasar casi siempre significaba pagar  no solamente el impuesto, sino que la coima y dejar varias botijas de licor que se repartían los hombres del fuerte.
    Otro de los graves problemas de los carreros era poder manejar su personal en esa larga trayectoria, muchos de los hombres se hastiaban de tan duro trabajo y trataban de robar bebida por lo que tomaban una botija ya abierta por la guardia de control y sacaban contenido para luego llenarlo con agua. En el caso que la carreta  no tenía botijas abiertas por la guardia del fuerte algún arriero enviciado y hábil,  con un hueso de animal muy bien preparado que lo afilaban para usarlo de broca, agujereaban el centro del tapón,  luego con un canuto de planta silvestre que seleccionaban lo usaban de bombilla para extraer aguardiente. Al final al agujero lo cerraban muy bien disimulado haciendo una especie de pasta humedeciendo   guano seco  de lechuza y ceniza,  lo que a simple vista no se notaba que la tapa había sido perforada, pero cuando al final de recorrido, quien recibía la mercadería controlaba cada tapa con una alesna, enseguida lo detectaba y la rechazaba por adulterada. El carrero patrón  advertía las  situaciones de robo  cuando veía arrieros con conducta de ebriedad  lo que no dejaba de ser un grave problema por las pérdidas y conflictos que ocasionaba estas situaciones.
   Transitar aquellos viejos caminos de carretas fue toda una gran epopeya llena de sacrificios y con un alto riesgo de pérdida de vidas humanas. La importancia que tuvo la carreta y el tropero fue fundamental;  es lo que permitió desarrollar la economía de la colonia y el progreso de las regiones, era imposible pensar en otro medio de transporte que no fuesen las tropas de carretas cruzando el desierto y los arreos de mulas cargadas con mercadería. Rio Cuarto jugo un papel fundamental en ese tráfico y en el camino porque fue el lugar donde se asentó el centro de control de una mercadería tan específica y codiciada. Enterado el Virrey del Perú de las anomalías de los controles sobre el Río Cuarto, los problemas de este viejo fuerte fueron superados y en el año 1945 es creado un nuevo registro aduanero  en “San José”, al frente del pueblo de San Bernardo. Ahí funcionó  la oficina de control de impuesto de sisa a la yerba del Paraguay y a otras mercaderías, pero en este caso brilló por el eficiente desempeño bajo el control  del Maestre de Campo don Vicente Funes que era el Abuelo del Deán Gregorio Funes y se desempeñó  a cargo de dicha oficina hasta su muerte quedando sus restos mortales sepultados en el cementerio de San Bernardo.

Walter Bonetto
5 de enero 2013


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