jueves, 31 de enero de 2013

Walter Bonetto: Labor de Radio y Presentaciones de Libros



                      Desde Confitería Santorini  Junto con Aldo Casero
  en el programa Reflexiones




Entrevistando a la Delegada de la Provincia de Córdoba. Marisa Arias en radio Gospel



Junto Con el Periodista Aldo Joaquín Casero 
entrevistando al Intendente de Charras Dr. Roberto Beros


Año 2008.  Almorzando en Río Cuarto con el investigador  y escritor regional de Los Cisnes Aldo Enrique Cantón, autor de importantes libros y trabajos de investigación realizados con la UNRC




Con Aldo J. Casero Entrevistando al Director del periódico LA RIBERA   Sr. Gustavo Román 
en el programa Reflexiones, desde la confitería Santorini



Con el Periodista  Pablo Ferrari  en la Rural de Río Cuarto año 2011
haciendo una columna de opinión  para LV16 Radio Río Cuarto "La chacra del Abuelo"

Columna de Historia en el programa "Viva la Mañana" LV16 Radio Río Cuarto
-Año 2012-


Stand de LV16 Radio Río Cuarto desde la Exposición Rural 2011
 Junto al Periodista Pablo Ferrari 
y al técnico operador Andrés Berreta

En la Universidad Nacional de Córdoba presentando el libro "La Industria Perdida"
con una sala colmada de publico. Invitado y recibido por la Diputada nacional Patricia Vaca Narvaja.
quien demostró un  gran entusiasmo  por la obra y la presentación.


Invitado a la escuela 21 de Julio de Río Cuarto, presentando el libro NARCISA
que es texto de lectura del establecimiento. Fue  recibido con mucha emoción por los alumnos.



Los niños de la escuela hicieron dibujos relacionados al libro y agradecieron el pizarrón 






Entrevista a la Diputada nacional Griselda Baldata  en el programa Reflexiones año 2011
desde la confitería Santorini


                                         Junto a la escritora Susana Dillon  en la Feria del Libro
                                                       de General Dehesa. año 2011








Feria del Libro "Juan Filloy 2011"  En la carpa roja de la feria presentando los libros 
"Chucul la Historia de un Pueblo" y  "Efemerides de Río Cuarto"
La Escritora Susana Biset  presento al autor.


Salon de los Intendentes. Presentacion de los libros: Narcisa, El Puente,
Pedacitos de Historia. Feria del libro 2010.


Amigos que Concurrieron a la presentación 








En el stand del Concejo Deliberante Feria del Libro Juan Filloy 2009 
recibiendo a las escuelas.



Rural 2011 Junto al poeta Hector Fourcade y al Secretario de Agricultura 
de la provincia de Cordoba  Sr. Gutierres 


En Radio Gospel haciendo Reflecciones  con el "Maestro", periodista y amigo
don Aldo Joaquín Casero






Junto al Intendente de  Coronel Baigorria.  Invitado por la Municipalidad ante la inauguración 
del espacio exacto en donde funcionó la posta de "Corral de Barrancas"  




Disertación en Coronel Baigorria  sobre los pasajes del General San Martín 
por la posta Corral de Barrancas.  17 agosto 2012.


En Chucul acompañando a Mercedes Magnano y Limon Gauna de LV16 Radio Río Cuarto
para hablar del libro "Chucul Historia de un Pueblo"




Con el periodista Guillermo Jeremias de Canal 13 de Río Cuarto
para hablar del libro "La Industria Perdida"



Presentacián del libro Chucul la historia de un pueblo.

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Twitter: @walterbonetto
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miércoles, 30 de enero de 2013

El Cuento de los Ángeles

Dicen que Dios posee ejércitos de ángeles. Es muy posible que existan ángeles que le dan trabajo a Dios porque sabido es, según los relatos bíblicos, que los hay buenos y malos.

Los ángeles son seres inmateriales. Cuando lo desean, tienen la capacidad de observar nuestros movimientos, nuestra conducta, sin que los percibamos, como también la de presentarse en aparente cuerpo y alma, con dimensiones físicas definidas y con formas concretas, ante determinadas personas y momentos. Pueden leer nuestros pensamientos y nuestro pasado.

Cada persona tiene, según varias religiones, su propio ángel o “Ángel de la Guarda”, para los católicos, éste, obra como guía y protección de sus actos.

Dentro del numeroso grupo de ángeles de Dios, había dos a los que no les gustaban mucho sus labores. Vagaban por el Reino del Señor constantemente, buscando entretenerse en la bóveda celestial. Un día, mientras disfrutaban planeando con sus alas extendidas por el espacio infinito, contemplando la maravilla del universo, luego de recorrer distancias siderales en pocos instantes, decidieron quedarse en la Tierra para observar el puente de la vida.

Estos dos ángeles que deciden visitarnos son remolones, pero les encanta la contemplación. El mayor, de nombre Trione, que significa “vencedor de las tinieblas”, tiene 23.878 años de vida angelical. Lleva siempre una poderosa espada de plata; es muy bonachón y lleno de ternura, cualquier motivo de injusticia lo conmueve y dice que siempre lucha por la verdad y la justicia. Es seguro de sus actos y siempre tiene buenas intenciones, pero es muy ansioso y desordenado, lo que le trae constantes contratiempos.

El menor, llamado Anoca, que significa “clamor de luces”, tiene 19.500 años. De larga barba, solamente un amuleto en su cuello. Es de mal carácter, también ansioso y de poca paciencia, pero siempre le gusta ayudar al prójimo y combatir el mal, por lo tanto es un celoso justiciero celestial. Si bien los caracteres de estos dos ángeles no son similares, coinciden en muchas cosas, y se complementan bien a pesar de sus discrepancias y enfados que por momentos suelen tener entre ellos.

– ¡Mirá la atmósfera de los humanos!

– ¡Sí que la veo! Está muy turbia! -respondió Anoca.

– Con las guerras y las matanzas que hay en ese lugar yo creo que esa atmósfera está en finales. Estoy viendo cómo incendian los bosques y talan las selvas. ¿Por qué lo harán? ¡Qué irresponsables son!

– ¿No se darán cuenta de lo que hacen con su planeta?... ¡cómo ensucian y contaminan!

– ¡Da mucha lastima ver este mundo. ¿Sientes cómo huele mal?

– ¡Sí! Es muy peligrosa La Tierra, su estado es lamentable.

– Bueno, Trione. ¿Por qué no vamos a visitar a los humanos?

– ¡¡Nooo!! No deseo ir a la Tierra; con lo que estoy viendo encontraremos dificultades, no me gustará ese lugar.

– No debe ser para tanto, es posible que tenga su encanto. ¡Vamos, acompáñame! ¡Yo sí deseo ir!

Al final los dos ángeles se pusieron de acuerdo y descendieron.

– Quedémonos aquí a contemplar.

– De acuerdo, miremos cómo cruzan el puente de la vida.

Los dos ángeles se sentaron como entusiasmados sobre la gran baranda del puente.

– Anoca, ¿te vas a quedar mucho tiempo?

– ¡No! Mucho no, porque puedo decepcionarme. Aunque debe ser interesante contemplarlo. Me voy a quedar un ratito, diez años.

– Mirá, Trione, cuántos ladrones, cuántos sinvergüenzas.

– Bueno. Sé más optimista. No mires todo lo malo, debes tener en cuenta que también hay gente honesta y trabajadora. Observa cómo construyen sus casas y siembran la tierra.

– Mirá aquella viejita. Pobre, está tan enferma y sola y nadie se preocupa por ella. Le voy a preguntar cómo se llama y ayudarla, me da mucha tristeza ver estas cosas, además ya está a punto de caer al precipicio.

– Hola, abuelita. ¿Cómo se llama usted? -preguntó Trione.

– Me llamo Anacleta,

– ¿Cómo te sentís, abuela?

– Mal, ¡me quiero morir!, no vale la pena vivir así. Tengo dolores muy intensos y casi no puedo caminar ni moverme.

– Pero abuela, no vale la pena querer morirse, ni llamar a la muerte. La muerte viene sola, cuando menos la esperes. Trata de vivir cada instante con plenitud.

La viejita se sorprendió, pero al encontrar las miradas tiernas de los ángeles calmó su inquietud y se fue tranquilizando.

– ¿Quiénes son ustedes y de dónde vienen? – preguntó la abatida mujer.

– No te preocupes, abuela, somos tus amigos y en algo te ayudaremos.

– Ah, bueno... ¿por qué no me ayudan a terminar mi vida? Quiero morirme. – insistió la mujer.

– ¡Noooo, abuela! , eso no lo hacemos. Nunca lo hemos practicado, porque la vida no es nuestra y nosotros no disponemos de ella, solamente la tratamos de guardar.

Anoca tomó una copa con agua y luego de introducir en la misma por unos instantes su amuleto, se la ofreció a la abuela para que bebiera. Tomó un sorbo la anciana, después de un momento los ojitos se le empezaron a iluminar, siguió tomando y su rostro fue cambiando de tal manera que hasta sus arrugas se difuminaban.

– Aaaay, ¡qué bien me siento!, ya no me duele la cabeza ni estoy mareada. ¿Qué me dieron de tomar?

– Es sólo un poco de fortaleza, abuela.

– Fortaleza -dijo la mujer y se quedó pensando:

– Sí, fortaleza abuela para que superes el momento

– Fortaleza, fortaleza... ningún médico me dio esa medicina… tampoco entiendo lo de superar el momento.

La anciana en la medida que cada vez miraba con mayor sorpresa a sus singulares visitantes, con una absoluta serenidad y paz se fue aliviando de sus dolores y quedando dormida luego de una larga, muy larga fatiga de la vida.

– Mirá, Anoca, que a la anciana no la podemos dejar en estas condiciones.

– Bueno, no te preocupés Trione, la vamos a seguir ayudando hasta que logremos algunos resultados. Yo ahora le di millones de vitaminas que le darán vitalidad a su cuerpo, además quedó bien hidratada. Dejala que descanse, luego seguiremos viendo lo que sucede.

Anacleta durmió con un placer inexplicable, su mente descansó en plenitud, sus dolores se fueron, se sentía como si estuviera flotando entre esponjosas nubes sostenidas por los ángeles. Mientras la anciana dormía y disfrutaba de sus sueños, los ángeles observaban desde el puente, la vida en la Tierra, y hablaban.

– La verdad, Anoca, que no me gusta nada estar sobre este puente, desde aquí se ven más horrores que alegrías.

– Sí, tenés razón Trione. Yo también quisiera poder ayudar a todos los que desde aquí veo sufrir, pero no puedo, es casi imposible. En este puente de la vida que transitan los humanos se ven muchos dolores y penurias.

– Se precisaría un poderoso ejército de ángeles para salvarlos.

– Qué bárbaros que son. Estos no piensan en el más allá. No piensan con sensatez, se van condenando en vida la mayoría de ellos, mirá cómo van cayendo al precipicio de la muerte.

– ¿No se darán cuenta como condenan sus almas?

– Me parece que no saben cruzar el puente. Pelean entre ellos por los territorios, por los mares, pelean por el petróleo. Además son tremendamente agresivos y belicosos y constantemente van contaminando sus fuentes naturales y van extinguiendo despreocupadamente muchas especies de vida vegetal y animal.

– Desarrollaron una asombrosa cantidad tecnologías, pero no pueden desarrollar la convivencia en paz.

– ¿Y entonces?

– Entonces llevan constantemente al planeta al abismo de la extinción. Gran parte no podrá cruzar el puente.

– Bueno, pero mirá que todos lo intentan cruzar.

Habían pasado como veinte horas. Anacleta despertó con una alegría espectacular; cuando abrió los ojos vió a su lado a dos ángeles.

– Hola, abuela, ¿estás mejor? -preguntó Anoca.

– Sí, estoy de maravillas. Descansé con tanta profundidad que siento tener treinta años menos sobre mis huesos.

– Bueno, abuela, eso es saludable y alentador.

– Miren ustedes que yo ahora no siento ni hambre ni sed, además lo maravilloso es que no me duele nada y me siento alegre.

– ¿Alegre? – preguntó Trione casi distraídamente.

– Sí, alegre. ¿Por qué: no puedo estar alegre?

– Claro que puedes, abuela, la vida ha de ser alegría.

– Aaaay, angelito, ¡qué ingenuo que sos! Para mí la vida fue al revés, fue toda tristeza y angustia.

– ¿Nunca estuviste alegre, abuela?

– Muy pocas veces. Cuando era niña, después todo pasó. Mi niñez se fue, mi madre murió, mi padre también, y yo me quedé sola. Me casé joven, perdí a mi marido por una guerra y mis hijos... no puedo esperar nada de ellos. Toda la vida pensaron a contramano de mi sentir. Es que de mayores solamente me dieron disgustos y tristezas; vivieron peleándome hasta sacarme lo poco que tenía, después se pelearon entre ellos y así es como vivo, como una condenada y una eterna abandonada. Será así hasta el día final, sin esperanzas ni ilusiones. Me siento fracasada, totalmente fracasada, y esto es doloroso, duele en el corazón; pero bueno, tuve un dulce momento en este descanso, además soñé con cosas hermosas como nunca antes había soñado.

– ¿Con qué soñaste, abuela?

– Soñé que yo volaba entre nubes inmaculadamente blancas y tibias, mientras una agradable, cálida y perfumada brisa me acariciaba con tanta dulzura que me llenaba de encanto y me conmovía la maravilla esplendorosa del paseo. Era un mundo distinto, nunca visto antes. Nunca sentí nada igual. Podía transportarme como lo deseara y si más volaba en ese espacio maravilloso, más cosas bellas encontraba, como millones de flores multicolores que tapizaban senderos y valles encantados, todos recubiertos de cristalinos colores en donde sentía una paz interior y en un momento exclamé llena de asombro y placer: ¡¡Esto es la vida!! Pero al final decidí descender para observar qué más había debajo de esas nubes. Encontré una realidad distinta, un mar con grandes de tempestades con olas muy altas y por arriba de ese mar un largo, muy largo puente, que constantemente se sacudía. Todos los hombres lo iban cruzando, algunos llegaban, los menos, otros miles y miles caían a ese océano embravecido, era horrible. Me llamó mucho la atención que la gente no se desesperara por salvarse y no caer al precipicio; muchos de ellos estaban como entregados para seguir el camino del mal a cualquier precio y no recapacitaban. La desesperación aparecía cuando se veían en el precipicio, pero ya era tarde, mientras los que pasaban al final del puente, encontraban un sendero lleno de alegría que los terminaba transportando al mundo de la paz. Bueno… pero fue sólo sueño. Un sueño tan real, como jamás antes me había pasado.

Cuando terminó de hablar, la anciana miró a los ángeles y les preguntó:

– ¿De dónde vienen ustedes?

– Venimos de un espacio que tú no comprendes y de un tiempo que tú no conoces. Pero no te preocupes por nuestros orígenes, además nada malo te haremos, solamente queremos escucharte y conocerte, y si podemos, nos gustaría ayudarte.

Los ángeles se miraron como resignados, desplegaron con elegancia y lentitud sus alas y volaron hacia la parte más alta de la baranda del puente. La abuela se quedó en silencio y en paz, no entendía nada y pensó que seguía soñando. Eso la tranquilizó, sintió que en un sueño había encontrado a dos ángeles buenos que le aliviaron sus dolores por unos momentos.

– ¿Viste, Trione? El gran dolor que tiene la pobre abuela es la relación quebrada con sus hijos.

– Lo que ocurre, Anoca, es que los hijos muchas veces son ingratos, no siempre comprenden ni quieren comprender a los padres. El hijo muchas veces es soberbio, arrogante, poco comprensivo y todo eso causa dolor.

– Ahora de todos modos la abuela con sus sufrimientos y sus penas va cruzando sin dificultad el puente de la vida, mientras que sus hijos se están cayendo al precipicio de la muerte y se están condenando.

– Qué raro que los hijos no escuchen a los padres. ¿Será por tozudez?

– Realmente no lo sé, creo que los hijos muchas veces obran mal, muy mal, y de esta forma van destruyendo su futuro en lugar de construirlo.

– ¡Qué niebla espesa que hay hoy! El puente está lleno de bruma, mirá las grandes olas del mar qué amenazantes están y los carniceros tiburones con sus bocazas abiertas, prestas a tragar una enorme presa.

– Impresionan. Y aquí las olas tienen mucha comida.

– Sí, Trione, cae mucha gente condenada al mar que no alcanza a cruzar el puente. Mirá cuántas personas se ahogan detrás de aquellas olas a tu derecha. Vamos a rescatar algunas.

Volviéndose visibles, aletearon y se detuvieron sobre las crestas del mar. Cientos de personas agonizantes cuando vieron a los dos ángeles imploraron ser salvadas. Anoca tomó por la espalda a un muchacho joven que aún vivía y lo llevó a la baranda del puente, mientras Trione tomó a una mujer mayor y a un hombre.

– Es todo lo que podemos hacer Trione, más no podemos salvar.

Los ángeles trasladaron los moribundos a un parque rodeado de árboles al costado del puente y les presionaron el vientre para reanimarlos. Lentamente la palidez de sus rostros cadavéricos se fue modificando, pero sus cuerpos casi desposeídos de ropas temblaban de frío y olían mal. Trione comenzó a soplarlos para inyectarles calor y con su espada de plata los tocaba en la espalda para reanimarlos.

Anoca le preguntó al joven por qué estaba al borde de la muerte.

– Estaba robando y me dieron un tiro. Ahora estoy acá escondido para que no me atrapen pero ya no doy más.

– ¿Por qué te hiciste delincuente?

– No lo sé, pero odio al mundo.

Había perdido mucha sangre. Poco podían hacer los ángeles.

– ¿Por qué no vas a un hospital?

– ¡Noooo! Terminaría en la cárcel y yo vengo de la cárcel, por robo y violación. Y en la cárcel me violaron y maltrataron sin piedad con el consentimiento de los carceleros. Así es que prefiero morir antes de volver a la cárcel.

– ¿Y a qué se debe tanta delincuencia en vos?

– No sé, pero odio a la sociedad. Yo nací en la villa, mi casa era de chapas oxidadas y cartón, pasaba la lluvia y el frío; a mi madre la violaron, después vivía con un borracho, le pegaban casi siempre. Yo no comía porque casi nunca había que comer; mis hermanos menores lloraban todo el día de hambre y de frío, se enfermaban y algunos murieron. Vivíamos en la miseria, en la más absoluta y cruel miseria; cuando salía de la villa miraba como el mundo pasaba rápido delante de mis narices; tan ligero y con tanto lujo. Veía automóviles y me preguntaba: ¿Cómo será andar en auto?, y también me respondía: cuando sea grande robaré uno. Ya mi mente estaba estructurada para la delincuencia. Pasaba por las calles del centro de la ciudad y miraba las vidrieras de las jugueterías, tentado por lo que veía me sabía detener en algunas de ellas, apoyaba con fuerza la nariz hasta aplastarla en contra del vidrio junto a mis sucias manos de niño de la calle, pero la vidriera no cedía y no podía tocar a ninguno; yo me moría de ganas de tener un juguete y como no lo alcanzaba me tenía que conformar con que no eran para mí. Yo era pobre y desmerecido, de todos modos mis ojos se abrían todo lo que podían frente del cristal para contemplar tanta hermosura ¿Sabés qué triste era eso? Siempre se me cruzaba en mi cabeza romper el vidrio para sacar lo que deseaba. Lo mismo me ocurría si quería una manzana, la tenía que robar. ¿Vos te creés que a mí me gustaba robar? Al principio no me gustaba, bueno, pero después me fui acostumbrando, no había otra.

Cuando tenía hambre, hacía como con los juguetes, miraba por los vidrios de los comedores veía como comían buenas comidas y entonces me preguntaba ¿Por qué yo no?, pero no lo entendía. Recuerdo que en una oportunidad cuando hacía eso, mi contemplación terminó abruptamente porque desde el interior del local me empezó a gritar una mujer gorda con cara de toro furioso de que me fuera y que no le ensuciara el vidrio; entonces me iba y cuando llegaba a otro restaurante, me animaba y entraba a pedir por las mesas, pero siempre me terminaban echando, porque molestaba a sus clientes y los dueños nada me daban; después tiraban a la basura la comida y ahí encontrabas pedazos de milanesa, carne asada, pollo, panes, lechuga, puré, tomates. Muchas veces junto a otros niños revolvíamos entre las moscas y las ratas. ¡Y guarda, que no nos vieran!, que también nos corrían igual que a los perros ¿Eso es la sociedad? … la odio. Siempre me sentí discriminado, rechazado, excluído, y cuando uno se siente así, convertirse en delincuente es la meta mas probable, porque en definitiva es la única manera de vengar tanto dolor y tanta injusticia provocada por una sociedad insensible y perversa. Por eso me puse a robar, y así fue como me detuvieron en más de diez oportunidades, la policía me aporreaba, después un juez me hacía encerrar en un reformatorio para menores, pero cuando me soltaban yo seguía robando: no sabía hacer otra cosa, tampoco quería. Así que luego de salir en libertad cometí varios asaltos sin que me detuvieran, pero cuando entre a robar en una droguería apareció un policía detrás de un mostrador y cuando gritó arriba las manos yo no tuve dudas y le disparé, con tan mala suerte que le pegué en el hombro y no lo pude matar. El me dio un tiro en la panza, me sentí herido, con gran desesperación pude correr y corrí mucho, hasta que pude esconderme en una obra en construcción debajo de unas chapas y escombros. Transcurrieron varias horas, quienes me buscaban pasaron a centímetros de mi escondite pero no me descubrieron. Había perdido mucha sangre, me sentía desfallecer y al tratar de salir me encontraron; traté de levantar el arma para matar al policía pero una bota patió mi mano; me sentí perdido, sabía que era mi final, por mi cabeza paso un interrogante: ¿Para qué vine al mundo?...no valió la pena, mi vida estuvo llena de odio y desprecio, mi vida fue realmente una injusticia. Qué se yo… ¿y vos, qué haces acá? …Dejáme, no me recuperés, yo quiero volver a la muerte, no me des vida.

El ángel se dio por vencido y soltó al joven.

– ¿Por qué lo soltaste, Anoca? -preguntó preocupado Trione.

– Ya eligió y no quiere cambiar. No podrá cruzar nunca el puente de la vida.

– Pero a esa alma la condenó el mundo, la condenaron los hombres, no se condenó sola. Se observa claramente cómo muchos hombres no piensan en el prójimo, no piensan en el más allá. Piensan solamente en vivir el presente; en vivir su vida y muchos de ellos siempre expresan que la quieren vivir bien, “disfrutar” a cualquier precio; aunque de esta forma condenen su dignidad honestidad y honor, sin importarles o sin querer entender que en muchos casos condenan su futuro. Es que la vida no se puede vivir bien a cualquier precio. No les importa demasiado de las generaciones que vienen detrás y esto en gran parte genera muchos delincuentes, genera muchas abuelas que quieren morir cansadas de una vida llena de injusticia y falta de piedad.

– Mirá, Trione, la crueldad del hombre me asusta, me causa escozor.

Siguieron comentando los ángeles en prolongada tertulia lo que les pasaba a los hombres en la Tierra. Se asombraban de sus miserias y de la poca preparación que tenían para la vida. Seguían observando el pasaje de la humanidad hacia su destino.

– ¿Qué te pasa Trione, por qué estás tan triste ahora?

– Es que me quedé pensando en la abuela y en el joven delincuente.

– No te debés preocupar demasiado. La abuela ya tenía el dolor de sus años, los surcos de la vida y las penas por la falta de cariño de sus hijos, mientras que el delincuente fue un ser en desgracia, este mundo no le dio oportunidades para ser mejor.

– ¿Vos rescatás algo de la abuela?

– Por supuesto Anoca, rescato mucho de los dos seres. La abuela me dejó una lección de entrega y resignación ante tanto abandono y tanta frialdad de sus seres queridos; mientras que el joven delincuente, me dio una horrible lección de perseverancia en el mal y de desprecio a la vida. Queda en mí la impresión de cómo un hombre resentido es capaz de odiar a sus semejantes, sin importarle la vida propia. Pero esto ocurre porque la sociedad los hace un lado, los desprecia, margina, así los va condenando y termina formando una multitud de hombres enemigos de hombres y de la vida. Llegás a la conclusión de que así en gran parte se manejó y se maneja el mundo, que es un mundo de terribles diferencias entre los seres humanos y esto es en gran medida perverso.


Fragmento de la novela "EL PUENTE" de Walter Bonetto
publicada por Fojas Cero editora en enero de 2009 



Walter Bonetto
walterbonettoescritor@gmail.com
Twitter: @walterbonetto


Rumbo al norte

…nuestras manos derechas se apretaron como para dejarnos mutuamente un último adiós; al final, Miguelito volvió sobre sus pasos de regreso a la misión; yo, al camino. La mochila se ponía pesada, muy pesada. Mi rumbo era el norte. Planifiqué llegar a Tucumán, después Salta y Jujuy.

Continué por el costado de la ruta, maravillado por el entusiasmo de Negro, (mi perrito compañero) hablándole y sintiendo que me entendía. La Ruta 9 me seguiría llevando hacia las entrañas del norte argentino. Los días eran más cálidos y largos, lo que me obligaba a cargar con más agua. El calor insoportable me obligaba a parar para descansar cerca del mediodía. Por un tiempo anduve con muchos intervalos y penurias, parando en las localidades que encontraba en la ruta, cuando no había una población, lo hacía en soledad. Tras caminar cinco días, llegué a la ciudad de Santiago del Estero, también con un calor muy intenso. Extremadamente cansado recorrí unas calles hasta que me instalé por una noche en un parque central.
   
Después de pasar la noche, continúe mi ruta hacia la ciudad de Río Hondo. Una vez que llegué, pensé en quedarme unos días para descansar, ya que mis pies estaban nuevamente llenos de ampollas y me costaba caminar. Busqué un lugar donde hospedarme. La mayoría de hosterías y alojamientos estaban cerrados, fuera de temporada. Luego de mucho andar, y con no pocas dificultades, encontré un hospedaje que me admitió con mi perro siempre que lo mantuviera en el patio trasero y que no molestara. En este lugar descansé cuatro días para después continuar caminando hacia San Miguel de Tucumán.

Sobre la ruta cada tanto encontraba puestos de venta de artesanías de la región. Vi de todo: desde los que ofrecen sandías, melones, duraznos, higos, tunas, tejidos, tapices hilados a mano, hasta tortuguitas del monte que los niños ofrecen con las manos en alto para llamar la atención de los turistas. Un atardecer paré al lado de uno de los puestos, compré unas tunas y pregunté cómo se comían. El niño tomó un cuchillo y un tenedor y me mostró cómo pelarla.

—Es muy fácil, señor, son muy nutritivas y jugosas.

Me gustaron, pero me molestaba que tuvieran tantas semillas.

—No se preocupe, también se comen.

—Bueno, gracias. ¿Ustedes las cultivan?

—No, señor, están en el monte. Son esas plantas que usted ve en el campo de hojas muy anchas y espinudas. Nosotros las juntamos, pero para juntarlas nos llenamos de espinas y hay que tener cuidado porque entre los tunales hay víboras venenosas.

—¿Y cómo andan tus ventas?

—Ahora se vende poco, pero de vez en cuando alguien para.

—Claro.

—Qué bonito perrito tiene, pero tenga cuidado; acá hay muchas víboras y a los perros bicheros los pican y los matan.

—¿Y entonces, qué tengo que hacer?

—No lo deje que olfatee por el pasto entre los árboles porque cuando levante una víbora se lo va a matar. Yo lo sé porque perdí dos perritos por mordeduras de serpientes y terminan con una muerte horrible los pobres.

—Gracias por tu advertencia, no sabía de este peligro.

No lo demostré, pero quedé asustado. Negro ahora tendría que caminar con menos libertad, atado con la correa.

Con el calor norteño, la ruta era tremendamente pesada y el agotamiento físico me vencía. Yo sentía algunos temores, pero me acostumbraba. Sacaba valor no sé de dónde, superaba los miedos y descansaba placenteramente con la única y valiosa compañía de mi perro.


Desde que salí de Río Hondo habían pasado tres días de caminata. Pensé seriamente hacer un cambio. Se me cruzó la idea de motorizarme. Muchas veces mi voluntad se veía acorralada por la tentación del abandono.

Mientras ese torbellino rondaba por mi mente, comencé a ver plantaciones de caña de azúcar, supuse que estaba llegando a San Miguel de Tucumán.

Iluso. Estaba muy cerca para un auto, pero no para hacer el recorrido a pie. El Jardín de la República no aparecía más, encima llovía y no veía un solo refugio.


Luego de tres horas de caminata apresurada, empapado hasta los huesos, ya casi en penumbras, encontré unas casitas de adobe alineadas al costado del camino. Me acerqué a una de ellas y pedí hablar con los padres de los niños que jugaban por ahí. Uno fue corriendo hacia la casa, mientras se me acercaban como cinco perros flacos que me ladraban, me olían y querían atropellar a mi Negro, al que tenía fuertemente de mi mano con la correa y lo escuchaba gruñir. En un momento apareció una señora vestida con ropas muy humildes. La saludé, le dije que venía caminando desde Santiago del Estero y le pregunté si podía armar la carpa en ese sector para pasar hay la noche. La timidez de la mujer y la insistencia en que el marido no había llegado del trabajo ponían en duda mi permanencia.

Mientras estaba saludando a la mujer pensando en no comprometerla y para despedirme, se presentó un hombre joven con ropas de trabajo y me estrechó su mano. Ella le comentó de mi petición y él me dejó que armara la carpa donde quisiera y se disculpó porque no podían darme comodidades. Los vi pobres, me acordé de lo que me decía Miguelito en cuanto a la explotación en el norte argentino.

Fui a la bomba de agua y me lavé como pude. Volvía a la carpa, al momento observe que bajo la tenue llovizna venia dos niños con un plato entre sus manos.

—¿Para quién es esto?

—Se lo mandan mi papá y mi mamá, son para usted.

El hombre se asomó a la puerta y me pidió que aceptara las tortitas calientes y que si lo deseaba pasara un momento a su casa

Me di cuenta de que no podía despreciar la hospitalidad del hombre, así que luego de deleitarme con una torta y darle otra a Negro me dirigí a la casa.


—Pase, pase, amigo. Es un placer recibirlo. Mire que somos muy pobres, pero gracias por venir.

—No se preocupe por su pobreza; ustedes son gente muy hospitalaria y eso vale mucho.

La mujer estaba cocinando sobre un fogón en la esquina de la pequeña habitación, que se contaminaba de olor a humo y grasa y se iluminaba con unas velas. Desde la cocina se veían otras piezas sin puertas, también hundidas bajo el nivel del suelo, con pisos de tierra, paredes de caña y catres de palos.

La señora hacia tortas fritas con una masa de harina, agua y sal, que luego de amasarlas sobre una tabla las estiraba con una botella para después freírlas en una cacerola.

Me sirvieron varias; algunas eran saladas, otras dulces, porque las mezclaba con jugo de caña, pero todas resultaron apetecibles.

Estaba comiendo en un banquito endeble en una casa muy precaria junto a una familia que no conocía. Sentía en ese momento en mi pecho palpitar la humildad de la pobreza del lugar, lo que era una experiencia singular e interesante. Era una dimensión distinta; era una situación encontrada por el destino de caminar; era una vivencia nueva para mí que tenía que dejarme algún mensaje. Ellos me habían invitado y yo –a pesar de mi terrible cansancio– no quería desaprovechar la oportunidad de compartir ese singular momento de mi vida, por lo cual elogié las tortas fritas y pregunté:

—¿Qué tal la vida acá en Tucumán?

—Para nosotros es de mucha pobreza.

—¿Y en qué trabaja?

—¡En lo único que sé hacer! Soy cañero de toda la vida y también pico leña en el monte. Pero es una vida miserable y mal paga, cada vez ganamos menos los cañeros de brazos… ahora con las máquinas.

—¿Nunca le interesó prepararse para hacer otros trabajos o tener otro oficio?

—No, amigo. Mis padres me criaron aquí, en esta tierra, entre el monte y las cañas, siempre con un machete talando cañas con las manos ampolladas.

—¿No fue a la escuela?

—No. No me gustaba, pero algo aprendí a leer… y sé firmar.

—¿Y a sus chicos los manda a la escuela?

Me miró con asombro. Su mujer también me miraba mientras tenía levantada una torta pinchada con un tenedor para que se escurriera el aceite al sacarla de la cacerola.

—Eso lo decidirán ellos cuando sean más grandes. A mi mujer le gusta que vayan a la escuela, pero a mí me parece que no vale la pena, a lo mejor un poquito para que aprendan a leer y a escribir y que se puedan defender.

Todo quedo en silencio, yo los miraba con serenidad y respeto, hasta que al final me anime y le insinúe:

—Creo que sería interesante que sus hijos puedan estudiar, así tendrán un mejor porvenir.

Después de oírme, el hombre me miró como asombrado, pensó un momento y luego me respondio:

—Es que mucho de los que estudiaron en este país roban siempre, como la mayoría de los políticos y los gobernantes se hacen ricos robando. Todos se hacen ricos en la política.

Las fulgurosas llamas del fogón cambiaban constantemente de matices y producían resplandores que por momentos coloreaban los rostros de los cañeros y templaban la casucha casi en exceso, para terminar mezclándose con el humo y el olor algo agradable pero pesado de la fritura que hacia la mujer, mientras sacaba un jarrito de agua de un balde colgado de un tirante cerca del mismo fogón, para apaciguar el hervor de la pava ennegrecida por las llamas.

—¿Cuántos hijos tienen?

—Yo tengo cinco ahora con la Luisa. Pero ella tenía tres de antes, así que en total tenemos ocho chicos y hacerlos estudiar no podemos. La Mirtilla, que es la mayor, tiene diecisiete años, y el Peperín tiene catorce, y ellos son los que me ayudan a trabajar: van casi todos los días al cañaveral y cuando no hay cañas picamos leña en el monte.

—¿Y el menor?

—El menor toma la teta.

Ya era como la cuarta torta frita que comía. Estaban buenas. Pensaba en silencio lo que había leído en una oportunidad “en la mesa del pobre la cama suele ser muy fecunda”.

—Sírvase con otro mate para acompañarla –exclamó el amigo, rompiendo el intervalo y no me hice rogar, pero también aproveche para reiniciar el dialogo.

—Está bien de lo que me dijiste de los gobernantes y de los políticos; pero mira que no todos son ladrones.

—¡No, todos no! Ya lo sé, pero la gran mayoría son choros, son zánganos de esta nación, viven a costilla de los que trabajamos realmente y esa gran mayoría tiene estudio, fueron a la universidad, son doctores, pero roban igual. Son ladrones, constantemente estafan al Estado y casi nunca van a la cárcel, y si no por qué cree que este país tan rico esta sumergido en pobreza.

Mientras la niña más chica se había dormido en los brazos, el cañero me continuaba relatando sus peripecias de vida; me manifestaba su forma de pensar y de entender su realidad de la pobreza. Llegué a la conclusión de que eso era lo que el había conocido y por lo tanto era como su mundo, su tierra, su universo. Había nacido en esa pobreza, convivía con ella; sabía que su futuro era la pobreza y entendía también que sus hijos seguirían condenado a la misma situación, pero estaba como resignado a esa triste realidad. Me di cuenta que vivía sin esperanzas.

Agradecí con mucho afecto la recepción; no la podía prolongar más por el cansancio que tenía encima. Fui a mi carpa en silencio y angustiado. Pensaba en la difícil resignación del cañero. Pensaba en esos niños que no iban a la escuela.

Tuve que pelear con Negro porque había tomado para él toda la colchoneta. Con muy pocas ganas cedió el lugar para terminar en su esquinita permitida. La lluvia golpeaba suavemente las paredes de la carpa sin que ingresara una sola gota de agua, lo que daba una sensación de abrigo y protección muy especial y cálida.

Estaba cansado, pero no conciliaba el sueño. Sentía bronca, impotencia. Me daba cuenta de que a esta gente le faltaba educación básica para razonar con más amplitud. Su pobreza era como un pozo al que no llegaba luz. Este hombre trabajaba catorce horas por día, sin asistencia social y con un jornal miserable. Me acordé de lo que me había contado Miguelito.

Al amanecer me despertaron los pasos de personas que salían de sus chozas rumbo al trabajo. Unos a otros los cañeros se llamaban a viva voz; machete en mano y con una bolsita al hombro pisoteando el barro o esquivando charcos iban como amontonados rumbo al trabajo. También iban mujeres y algunos niños casi dormidos caminando con desaliento por detrás de sus padres. A todos les llamaba la atención mi carpa, me observaban con desconfianza, creo. Pasaban y pasaban –no sé de dónde salían–, pero no terminaban de pasar.

Me levanté, le agradecí a la esposa del cañero por mi permanencia en el lugar y tuve que insistir para que aceptara la plata que le dejé.

—No, señor. ¡De ninguna manera! No le puedo aceptar ese dinero, si usted no me debe nada.

La mire a los ojos con suavidad e insistencia y le pedí nuevamente que aceptara el dinero.

—No se lo puedo aceptar, además mi marido se va ha enojar.

—Esta bien, señora; se lo quiero dejar de regalo para sus hijos. Por favor, no me lo desprecie, son solamente unas monedas.

No dijo nada la pobre mujer, pero al final ante mi insistencia mantuvo el dinero entre sus manos, quedando muy agradecida.

No me iba contento. ¿Qué culpa tenían esos niños de haber nacido en este lugar? ¿Por qué estaban condenados a vivir en el trabajo? Una vez más, el hombre y la injusticia. Aún sigo temiéndole al hombre.

Caminé mucho. Fui costeando toda la ciudad por una circunvalación. Pasó por mi cabeza entrar para conocer la histórica Casa de la Independencia. Dejé de lado la idea: no me interesaba la independencia porque no la sentía en mi piel. Al contrario, con la pobreza que vi en los niños y en la gente, sentí que todavía existían esclavitud y condena.

A mi izquierda veía una ciudad importante, a mi derecha no me cansaba de ver casuchas con mucho pobrerío, con mucha miseria pegada en sus paredes y techos, como si la ciudad las expulsara.

Como si la ciudad comprendiera que este pobrerío “compromete mi progreso” y empaña mi elegancia. Entonces, en la medida que estira sus arterias para crecer, va marginando, va como expulsando a los más humildes y pobres, quienes se van desparramado en terrenos bajos y muchas veces inundables, sin urbanización ni parques, ni plazas. Solamente casuchas llenas de basuras y yuyos, amontonadas sin ningún orden, con cartones destartalados y chapas negras por el herrumbre. Alambrados improvisados para separar en algo lo inseparable. Patios de tierra y barro llenos de pozos; cercos de caña y palos, ventanas chiquitas y desformadas tapadas muchas de ellas con telas improvisando cortinas andrajosas.

Perros, gatos, algunas gallinas en los patios, caballos flacos y carros destartalados, todo mezclado con niños descalzos y sucios.

Caminaba como espantado, como asustado por esta realidad que observaba. Costaba asumirla, me costaba comprenderla y por supuesto aceptarla.

Pensando y reflexionando sobre esta realidad, se hacía largo el camino entre los dos mundos. El de los pobres y el de los ricos, el del hombre de la villa y el morador de la residencia. ¿Es que no alcanzan el trabajo, la educación, la salud para llegar a miles de seres humanos? ¿Por qué tantos pobres en un país rico?...


Fragmento de la novela “El Caminante” de Walter Bonetto
Capítulo XI –Rumbo al Norte- 
Obtuvo el “Fondo estímulo Municipalidad de Córdoba” –Año 2007 –
Publicada por Editorial “Fojas Cero” de la ciudad de Córdoba.


Walter Bonetto

walterbonettoescritor@gmail.com
Twitter: @walterbonetto



Entre el Fortín y la casa

  – ¿A qué hora volvés hoy Damian?                                    
   – No lo sé Narcisa.  Estamos trabajando mucho con la nueva gente que viene a poblar La Villa. Han venido más de treinta familias
   – ¿Y a dónde las llevan?
   – A todas les dan una fracción de tierra y por doce años no les cobran impuestos. Las ubican entre el arroyo y el río, al oeste. 
   – ¿Cerca de nuestra casa vieja, donde desgraciaron a mi padre?
   – Sí, casi en el mismo lugar, en aquel sector.
   – ¡Aaaay!... Dios los guarde de las invasiones, pobre gente… van a estar sin protección.

   El miedo que sentía Narcisa por las invasiones era un pesar que siempre la perseguía. Organizar su familia era para ella y su esposo un verdadero desafío en donde sentían muchas inseguridades pero también trabajaban con gran valor y esperanzas. Sintieron una gran emoción cuando llegó el primer hijo al que bautizaron con el nombre de Mariano. El parto fue en la casa, solamente Rosa lo atendió, es que en las tolderías había ayudado a parir a varias indias y cautivas y en aquel trajín  aprendió lo básico y  elemental para esos menesteres. El chiquito fue cobrando vida pero mientras éste asomaba al mundo la situación de sus padres se complicaba. Damián perdió su puesto en la policía, es que un nuevo jefe había entrado, y con él, sus hombres de confianza.
   – ¿Cómo viviremos ahora?
   – No te preocupes tanto, me iré de carrero, o  trabajaré con la hacienda en alguna estancia, pero viviremos, algún trabajo voy a encontrar.
   No había alcanzado a tomar los mates de la mañana con su mujer cuando apareció un asistente  del Comandante del cuartel con una orden refrendada por el Juez de Pedaneo.
   – ¡Damián!...buen día. 
   – Buen día amigo…Quiere bajarse  y tomar un mate.
   – No, Damián, te traigo una orden para que te presentés mañana en el cuartel. –quedó pensativo el joven y asustada Narcisa, devolvió al niño a los brazos de su madre y fue hacia el recién venido.
   – ¿Cómo puede ser? 
   – ¡No lo sé!, pero aquí está la orden, con la firma del Juez y del Comandante.
   Se le tensó el rostro al joven. Miró a su  mujer que tenía el chiquito en brazos, miró a su suegra en el patio que había escuchado todo pero disimuladamente seguía trenzando mimbre sin levantar la cabeza.
   – La pucha…caramba ¿Pero y a qué se debe?
   – No lo sé Damián, es que precisan soldados en los fortines.
   – Hablá por favor para que te quedés en el cuartel de la Villa y que no te lleven. –dijo muy preocupada Narcisa.
   – No te preocupés, voy  a hablar con el Comandante. 
   Inquieto y presuroso se fue Damián a la comandancia  y ahí aguardó un  rato hasta que lo atendieran.  
 – ¿Me estabas esperando muchacho?... ¡Pasá, pasá!
   – ¡Si señor!, es por la orden de enganche y leva,  yo acabo de salir de la policía, y tengo mi mujer con un crío de  meses.
   – ¡Ajaaa!, ¿uno solo nomás? ¿Y por qué te asustás?, si en vez de policía serás soldado.
   – Es que yo no lo pedí señor.
   – Mirá muchacho, naide pide ser soldao en esta pampa y menos en estos tiempos, a los soldaos los incorporamos porque  los indios están presente… ¿sabés?, y hay que tener a los milicos; por eso yo di la orden para que vos te incorporés, nos vas a venir bien. Sé de tu conduta y valía.
   – ¿Y cómo voy a mantener a mi familia?
   – Tendrás tu sueldo, no será pa tanto… pero algunos patacones son.
   – ¿Y cúal será mi destino señor?
   – El Fortín de Santa Catalina. 
   Se quedó helado el hombre y por un momento nada hablaba. El comandante se acarició la mejilla con la mano derecha mientras calculaba la reacción de su visitante y no le bajaba la mirada.
   – Por favor señor, ¿no me puede dejar en la Villa?
   – Mirá muchacho, no empecemos mal. No estás incorporao y ya querés elegir destino. El soldao no elige destino, y en aquel Fortín, hay más de veinte hombres cansados que quieren volver a la Villa. Los debemos relevar.

   Damián sabía que no valía la pena discutir con la autoridad y menos a un mando militar. Ya estaba decidido sería imposible hacer cambiar la decisión del Comandante. Sabía que la vida del Fortín era dura, pero bueno, había que apechugar el destino, vaya a saber hasta cuándo. Le dolía mucho todo esto, no tanto por él, sino  por Narcisa.
   – ¿Cuándo podré volver, señor, del Fortín?
   – Muchacho, no empezaste a ir y ya pensás en volver. ¿No te parece que está juera de lugar tu pregunta?
   – Está bien señor, lo que pasa es que mi mujer y mi hijo quedan solos.
   – La mayoría de los soldados tienen ese problema. Yo también lo tuve mucho tiempo, y sin embargo acá me ves. Tu mujer se la arreglará, como tantas mujeres se las arreglan,  y si vos tenés conduta, volverás. No te estoy desterrando, te estoy destinando a un Fortín carajo. –dijo con severidad el Comandante, mientras enroscaba su cigarro y lo encendía con insistencia.
   – Mañana  a las siete te presentás al Sargento Peña, él será tu jefe y con él vas a Santa Catalina.



   Tremenda, difícil situación de explicarle a su mujer esta manera tan repentina de quedar incorporado al ejército, no durmieron esa noche, se amaron, se acariciaron y se consolaron.  Narcisa terminó dándole fuerzas y prometiéndole que se sabría cuidar. Le decía  todo lo que lo quería y precisaba. Damián  a cada rato dejaba los brazos de su mujer para ir   a contemplar  a su hijo dormido profundamente en la cuna de mimbre que le había trenzado su suegra.
   – No te preocupés demasiado yo me voy a arreglar. Vos sos el que te tenés que cuidarte, el tiempo pasará pronto y volveremos a estar juntos. 
    Al final la despedida emocionada y triste. Trataron de alargar la noche todo lo que pudieron pero el día apareció inexorablemente como para sumergirlos a este nuevo desafío de los tiempos; la emoción los embargaba, el “cuidate y te quiero” no se cayeron de sus labios.

   Solitas quedaron las mujeres, aunque trabajo no les faltaba y los problemas también   surgían. Una mañana aparecieron en la casa de Narcisa y Rosa, el jefe de policía don Martín Quenón,  junto con un funcionario designado por el gobierno, Pedro Bargas.
   – Señora, buenos días. Andamos por su casa para pedirle que nos presente los títulos de esta propiedad, usted sabe que el gobierno está empeñado en repoblar La Concepción (1843) y debe tomar nota de todos los títulos de los vecinos para hacer un relevamiento.
    Narcisa no sabía qué responder. Rosa tuvo un mal presentimiento,  fue hacia adentro y al ratito trajo unos papeles con la firma del Alcalde,  donde constaba el número de lote asignado y las medidas de frente y largo expresadas en varas.  Además constaba que “a esta propiedad la recibía como una tenencia precaria en renuncia temporal de la otra de mayor valor ubicada en la misma villa (sobre la cuadra 3 del terreno 7, la que era de mayor valía y mejor ubicación) que le correspondía por testamento a su hija Narcisa, la cual había pertenecido a la familia de Bruno Maldonado y la joven mujer era la heredera, pero como estaba ocupada cuando la reclamaron se habían hecho estos arreglos. Los dos funcionarios revisaron los papeles y aparentemente encontraron los títulos en regla, pero al final don Pedro Bargas le dijo:
   – Señora, usted está debiendo los impuestos de los últimos años de esta casa que le dio el gobierno ¿Usted cómo los podría pagar?
   – No sé señor… pero yo no puedo.
   – ¿Cuánto le estamos debiendo? –preguntó preocupada Narcisa.
   – Y tres años, son casi ochenta pesos fuertes.   –  se  miraron las mujeres y al final Rosa le contestó.
   – Señor, nosotras somos pobres, no conocemos esa cantidad de dinero, tres vacas es todo lo que tengo.
   Se miraron los hombres, después de pensar unos instantes Pedro Bargas respondió de manera conciliadora:
   – Y bueno señora, si usted no puede pagar, nosotros lo que podemos hacer es regalarle un nuevo terreno más a las afuera, y por doce años estará libre de impuestos. Ahí usted se podrá hacer un rancho y nos dejará esta ubicación para quien venga y pueda pagar los impuestos.
   – ¡Señor!, somos dos mujeres solas con una criatura y a esto lo hemos hecho nosotras; no nos pueden echar de este  lugar ¡Es nuestro!  – dijo preocupada Narcisa, mientras acomodaba a su niño en los brazos.
   – ¿Sabe qué pasa mujer?, el gobierno está repoblando la Villa del Río Cuarto y tiene que tomar medidas.
   – Señor, ¡usted no está repoblando!, pretenden echarme de mi casa y de mi tierra. –dijo con gran amargura Rosa.

   – Señor ¿puedo hablar con el Juez por este asunto? – preguntó Narcisa.
   – Sí, pero no sé lo que pretendés.
   – Que me devuelvan la propiedad que don Bruno Maldonado me dejó en herencia, la que con muchas artimañas después que volvimos de la tolderias no me la devolvieron.
   – ¿Y cuál es la diferencia?
   –  ¡Es mucha la diferencia! ¿Ustedes no la conocen?
   – ¡No!,  no la conocemos.
   – Bueno les digo: la propiedad de don Bruno Maldonado que yo heredé conforme al testamento que está depositado en la iglesia y que también hay títulos en el gobierno,  está libre de impuestos, y es de mayor valor de la que ustedes me asignaron.
   – Sí, pero esa propiedad está ocupada por los Echenique y como es tan grande, en una parte va a funcionar la Escuela Pública.
   – Y va a funcionar a costa de lo que me quitaron a mí, ¿y todavía me quieren cobrar impuestos?, además de haberme llevado a mi marido a la frontera y dejarme desprotegida, vaya justicia la que quieren hacer ustedes. Yo quiero hablar con el Juez, con el sacerdote y me iré a Córdoba para hablar con el Obispo, y si es necesario con el mismo Gobernador para que me devuelvan mi propiedad, así yo les dejo ésta que ustedes quieren. –dijo con mucha decisión la joven mujer. 
   – ¿Y usted, tiene título de lo que reclama?
   – ¡Por supuesto que lo tengo! El título original firmado por el mismo Marqués de Sobremonte cuando asignó las propiedades; con los años don Bruno Maldonado  compró cuatro terrenos que habían sido de los donados por la familia Soria para que el Rey de España les otorgara el título de Villa Real. Y uno de esos terrenos y la casa, al morir don Bruno soy yo la dueña y tengo el título. 
   – ¿Me lo puede mostrar?
   – Sí, le puedo mostrar la copia pero no entregárselo, ¿sabe?. El original del título tiene resguardo en la Parroquia y la gobernación. Ahora me gustaría mostrárselo frente al Juez.
   – Está bien, está bien,  veremos cómo podemos arreglar este problema.
   – Señor, lo mejor sería que nos devuelvan la casa.
   – ¿Pero usted, no la quiere vender?
   – ¡No! ¿Por qué piensa eso? Jamás se me cruzaría de venderla, la queremos habitar. Es nuestra herencia, ¿sabe? 
   Narcisa no era de doblegarse en el primer intento. Ni la iban a llevar por delante tan fácilmente. Siempre se acordaba lo que don Bruno le había explicado a toda la familia del derecho de la propiedad y recordaba que cuando don Bruno hablaba estaba obligada a prestarle atención. Luchó por la casa y consiguió que los Echenique pagaran un derecho por ella del valor de una vaca gorda por mes haciendo dos pagos al año al mismo Juez de Pedaneo, mientras que la municipalidad debía pagar quince vacas por año y no le debían cobrar impuestos de la casa en donde vivían. Con la municipalidad el arreglo fue fácil, en cambio con los Echenique las cosas se complicaron, pero Narcisa no cedió en ningún momento y llevó el caso ante el Juez.

   – Es una barbaridad que deba pagar a esta gente por el derecho de vivir.
   – Usted no tiene derecho de vivir en lo ajeno don Echenique ¿O usted no sabe acaso que la casa donde vive no es suya? ¡Es mí propiedad!, porque la heredé con la sangre de mi familia, la que me adoptó. Usted sabe todo, pero es más fácil hacerse el desentendido.
   – ¡Eeeeh, pará un poco muchacha! Sos muy mocosa para llevarte el mundo por delante. Parece que nunca te pegaron una buena cachetada –dijo ofuscado don Echenique. 
   -¡Vaaaaya… caballero educado! El mundo por delante se lo lleva usted, apropiándose de algo que no es suyo y viviendo de lo ajeno. Si usted es un hombre de fortuna como dice ¿para qué quiere mi casa? Claro… mi casa es cómoda, grande, bien ubicada, y está libre de impuestos. ¿Qué le parece?
   – Yo soy un hombre honesto, qué carajo. –pegó un grito y un puñetazo en la  mesa.
   –Demuéstrelo entonces y devuelva lo ajeno, o usted se cree que me va a apabullar con su prepotencia.  –le gritó más fuerte Narcisa, desafiándolo con la mirada.
   – Que atrevida y mal educada que es esta mujer.
   – ¡Está equivocado! No soy ni atrevida, ni mal educada, estoy defendiendo lo que me corresponde, porque usted me la usurpó. Y lo voy a defender hasta la muerte, ¿sabe?. Le pido que me la devuelva  o que me pague la renta que le fijaron. Haga lo que usted quiera, pero sepa que no es su casa.
    El Juez intervino, pidió calma y ratificó a don Echenique que era así. Debía devolver la casa o pagar la renta, no había otro acuerdo y ya la justicia se había expedido dándole la razón a Narcisa.
   Como última arma esgrimida por Echenique, argumentó que al darle posesión de la casa donde estaban viviendo Rosa y Narcisa, ella renunciaba a la tenencia de la propiedad heredada. Pero el juez le recordó que “la renuncia era temporaria” no permanente, por lo tanto quedó sin argumento y debió refrendar el acta de acuerdo; si no lo hacía, sabía que lo desalojarían con la policía y los soldados. El péndulo de la suerte jugó ahora para el lado de Narcisa. Esta demostró valor y  agallas para pelear por lo suyo, y si no lo hubiera hecho, sin duda la hubieran desplazado más hacia  la pobreza y el peligro de los ranchos marginales, en donde las defensas no protegían a nadie durante las invasiones. Por otro lado con el decreto de repoblación que había emitido el gobierno de Córdoba en este año (1843) se manejaban algunos  intereses bien calculados y hasta negocios un tanto oscuros que permitían “hacer arreglos”, para ubicarse en el mismo centro de La Concepción, lo que se preveía que se debía favorecer en dar un espacio promisorio a futuros comerciantes y hacendados y esto en gran medida lo lograban desplazando algunas familias humildes de menor estatus que ocupaban “sin necesidad” según las autoridades,  algunos de aquellos lugares de privilegio; además había  gente importante que se venía a radicar si le daban espacios adecuados en el centro, y eso es lo que buscaban, sacar hacia las afuera “familias que les molestaban”.


Historia de Río Cuarto - Fragmento de la novela "NARCISA" de Walter Bonetto
-Villa de La Concepción de Río Cuarto. Año 1843-

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lunes, 28 de enero de 2013

Entregando provisiones (Año 1859)

Aquellos  eran tiempos en que la amenaza del malón había menguado, por lo tanto se podía transitar los caminos con un poco más de libertad. Existía una precaria paz entre indios y cristianos, desde 1849 no hubo ataques en La Concepción y esto era halagüeño; por supuesto que tenía un precio, y era así como a cambio de “esta paz transitoria” mucho eran los indios que llegaban a la Villa y exigían infinidad de “regalos”, por lo tanto se les entregaba carne, pan, yerba , azúcar, aguardiente, camisas , botas, mantas, calzoncillos, chiripá, tabaco, cuchillos , harina, maíz y tantas cosas más que las autoridades y comunidad debían ofrecer para vivir con tranquilidad, pero lo que ocurría que, cada vez estos pedían más y más, no siempre era fácil confórmalos y se ponían medio insoportables.







– ¡Comandante! ser poco lo que  dando, no alcanzar a pobres indios.

¡No es poco!, el cristiano trabaja mucho para darte esto, es un cargamento grande que te  llevás.

– Ustedes tener mucho, mucho… indios pobres, no tener nada, cristiano sobrar de todo. Es muy poco, lo llevando no alcanzar.

El Comandante, sabía de sobremanera que los indios lo extorsionaban y no les gustaba trabajar, se especializaban en pedir, al final, miró a su ayudante y le ordenó:

– Damián, quiero que llevés a estos indios campo ajuera, sacalos a dos leguas, que se lleven todo y dale diez yeguas más, pero que desaparezcan; ya hace tres días que están molestando a la gente, me cansaron.

– Tener que dar corderos también Comandante y no llevando. –interrumpió el indio.

– Está bien, dale tres corderos. –dijo irritado el comandante.

– ¡Tres corderos ser poco, no alcanzar!, dar más, dar más a indio pobre.

El Comandante ya no lo soportaba, era cansador y pegajoso el salvaje, quería que se fuera, miró nuevamente  a su ayudante.

– ¡Me entendiste Damián!

– Sí  mi comandante. Lo entendí.

– ¡Comandante! Dar un poco más para llevar. Respetar tratado, y dar al indio lo que pide.

– ¡No te doy más nada!, ya te di mucho. Desaparecé del pueblo, me tenés cansado Cuipán. ¡Aprende a trabajar carajo!, y dejá de vivir de jeta, así no vas a pasar hambre y tu pueblo va a comer. – dijo a los gritos ya muy enojado y con furia el comandante.

Por fin agachó la cabeza el indio, llamó a sus compañeros que esperaban durmiendo montado en sus pingos, tomaron los caballos y mulas con la carga sumaron las ovejas y las yeguas y partieron escoltado por el Teniente Damián Ávalos y diez soldados. Al principio la columna salió al tranco y en silencio pero ya en la huella del camino Cuipán interrumpió.

– ¡Damianu!, –le decía el indio por Damián–  tu comandante ser  cristiano trompa. No ser bueno con  indios, indios no tener nada y comandante dar  poco. Yanquetrúz cuando vea lo nada que dio  no gustar y va hacerle guerra.

Mientras el indio rezongaba a más no poder, el Teniente Ávalos trataba de conformarlo

– Bueno Cuipán, el Comandante no es malo, lo que ocurre que no puede, los soldados también tener hambre. Ahora  te vamos a acompañar hacia el camino. Mirá que es mucho lo que llevás y te vamos a dar más.

– Damianu ser cristianu bueno y toro, pero indio no gustar tu comandante, ser trompa… no gustar.       Tampoco hacer falta que Damianu acompañe. Cuipán conocer el camino porque toda esta ser tierra de indio que el cristiano robó. –nada respondió el Teniente y seguía silenciosamente con sus hombres la columna hacia la inmensidad del sur. Habían hecho dos leguas desde que salieron de la Concepción.

– ¡Damianu!, vos que ser soldado toro, dejar llevar vacas de camino para pobres indios.

– No Cuipán, aquellas vacas no son nuestras, tienen dueño.

– Damianu, por qué no dar un poco más a indio, así no enojarse Yanquetrúz

– ¡No Cuipán! No puedo dar lo que no es mío.

– Bueno darme sable de recuerdo entonces.

– ¡Noooo!, no te doy nada, seguí tu camino. –sentenció ahora enojado el teniente.

Ya el indio no habló más, siguieron con su cargamento por la pampa hacia la inmensidad de aquel territorio pero con una desconformidad total por lo poco que según ellos llevaban, aunque lo que llevaban no era poco. Los soldados pararon y los indios enojados no dieron señal de despedida, era como si las relaciones se tensaran casi al punto de quebrarse.

– A estos indios hay que matarlos a todos. –dijo con severidad un soldado de la partida mientras miraba con desprecio la caravana que se alejaba.

Clavó la vista el teniente sobre su soldado mientras  sujetaba con fuerza las riendas del alazán y le respondió:

– El indio nació con el mismo derecho de vida que el que vos tenés.

– Sí, pero yo no soy salvaje mi Teniente.

– Nosotros muchas veces somos más salvajes que los indios.

– No lo entiendo.

– Bueno observá con más atención  las cosas que ocurren.

– Está bien  mi Teniente… usted entonces está a favor de estos salvajes.

– ¡No carajo! Ya te he observado varias veces Tribiño,  vos sacás conclusiones rápidas y te vas de jeta sin causa, hablás demás y siempre cometés el mismo error.  No me pongas en mi boca las cosas que yo no dije, pensá antes de soltar tu lengua. Yo lo que le digo siempre a mis soldados, es que hay que saber respetar al enemigo. Yo no estoy a favor de sus tropelías pero tampoco estoy a favor de exterminarlos ni de matarlos como me acabás de decir vos soldado, ni creo que los blancos seamos superior a ellos. No es cuestión de matar hay que respetar la vida de los demás.

– ¿Y por qué ellos nos matan?

– Es difícil responderte… dejémoslo ahí nomás… estás con una idea fija, pero lo que te digo con algo de sabiduría en esto, es que hay que saber defenderse como hay que saber respetar la vida de los enemigos.

Así se vivía en aquel tironeo de un tome y traiga por la nueva forma de vida que imponía el hombre blanco. La paz y la guerra se mezclaban constantemente con los sueños y las esperanzas. El indio decía que era pobre por eso pedía y cuando no, robaba; el blanco, sostenía que el indio era salvaje y vago y atentaba  contra la civilización, por eso había que excluirlo de ésta a cualquier precio en lugar de buscar caminos para incorporarlo a una vida más decente. Queda la sensación de que el blanco era omnipotente, clasista, absoluto y prejuicioso, no se quería conmover por el indio, solamente lo quería desplazar o esclavizar, como lo venía haciendo desde la misma conquista, de manera arrogante y despiadada.

Episodio de las pampas argentinas - Capítulo de la novela "NARCISA" de Walter Bonetto

Por Walter Bonetto
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Opinión: Planificar en tiempos de crisis

En la vida personal y desde el sentido común,  al observar a  nuestro alrededor puede resultar casi normal  encontrar  que hay muchos vecinos a quienes no les va bien, mientras que a otros en similares condiciones de vida y trabajo, los resultados son distintos;  pese que pasan también por momentos de crisis, alcanzan muchos de sus objetivos y se mantienen en el plano de logros significativos con relación a tiempos difíciles.

Seguramente si analizamos las causas de estas diferencias de resultados, mediocres o malos  para muchos y exitosos para otros, encontraremos que la directriz general radica en la organización y la estrategia que cada uno aplicaron ante situaciones adversas.  Lo mismo ocurre en el contexto de las naciones. Existen muchos países que con menores recursos no están tan a la deriva para enfrentar una crisis que responde a síntomas de recesión mundial, mientras que países con economías consideradas “de gran fortaleza”  están pasando por momentos de mucha adversidad. Esta crisis de gigantes seguramente contagia  al resto de las naciones menos poderosas   y esto pesa significativamente en la actualidad por pertenecer a  un mundo en gran medida muy competitivo y  globalizado en lo económico.

También lo cierto es que esta crisis de naciones “mayores” terminan  ofreciendo algunas ventajas a países en desarrollo, que con una adecuada estrategia  podrían lograr beneficios. En  el caso de Argentina, especialmente por el aumento internacional  de precios en las carnes y cereales, productos por los cuales tenemos gran posibilidad de producción, ponen a nuestro país en un lugar de gran privilegio. Por lo tanto  nuestro gran norte sería  preguntarnos ¿Cómo podemos mejorar esta producción tanto en calidad y en cantidad? Es posible que la solución no esté en aumentar la superficie a cultivar desmontando bosques autóctonos y desmereciendo la naturaleza. Quizás la solución este en una adecuada planificación actual y a futuro de las áreas cultivables y un programa de incentivo a la siembra orientada a pequeños y medianos productores de todo el país, medidas básicas y fundamentales que en la actualidad no se llevan a la práctica.

Parece que esto no es un objetivo nacional, y sin embargo debería ser un objetivo de estado más allá del momento político que transite la nación. Ocurre todo lo contrario la enemistad con el campo es tan manifiesta, que realmente preocupa las medidas que el gobierno toma en su contra, siendo que el campo es el principal motor de nuestras riquezas.

Así podemos concluir: que la conducta un tanto intempestiva del gobierno  no demuestra un compromiso real de “organización y estrategia” a nivel nacional que trate de comprometerse con una Argentina agropecuaria  y chacarera en todo el largo y ancho de la patria. Esto permitiría lograr una grandeza extraordinaria para organizarnos  en lo que nos enseñaron hacer nuestros abuelos en el rubro agropecuario y mejorar así esta actividad  que hoy en día nos daría tantos réditos y que no la sabemos aprovechar por falta de organización, de objetivos y de incentivos nacionales.

La riqueza agropecuaria es necesaria que sea cuidada, protegida, estimulada, planificada. Seguramente que esto le permitiría a nuestro país que nos fuera mejor; que la inflación no trepara a resultados escandalosos como los actuales, porque ingresarían a las arcas del estado mayor cantidad de recursos genuinos, que bien aprovechados podrían permitir un futuro más próspero y alentador. Es mucho lo que puede hacer Argentina en este aspecto dado que se posee un potencial extraordinario  que por desórdenes políticos y por intereses desmedidos de grandes grupos empresariales  no los está aprovechando y de esta manera se están degradando recursos naturales vinculados al uso y explotación de la tierra, mientras tanto el gobierno preocupado por expropiar el predio de La Rural,  nos dice que el mundo está en crisis y que al campo le va todo muy bien.

Walter Bonetto -
28 de enero de 2013
Exclusivo para  el Periódico La Ribera