Así en gran medida es como se observa que muchas de esas heridas no cerraron a pesar del paso de las décadas y de los siglos. Como ejemplo podemos citar: el problema de la “conquista del desierto”, en muchas facetas muy discutidas por los métodos que se emplearon; el exterminio de tantos pueblos aborígenes; más recientemente, el tema de “los desaparecidos” durante la dictadura militar; las personas asesinadas por los grupos terroristas, y así podemos encontrar una sucesión de episodios en nuestra historia con distintos márgenes de amplitud conforme se sucedieron, los cuales sorprenden por su crueldad hasta nuestros días.
Sobre estos temas se debate constantemente la sociedad, y debe debatirse, porque aún los mismos son causa de profundo dolor y de total injusticia. No alcanza la lucha de los derechos humanos, que si bien resulta valerosa, no siempre se la observa con plenitud, porque suele demostrar aristas de parcialidad y signos políticos, los cuales no tendrían que estar presente en esa lucha tan necesaria para dignificar al hombre y corregir a la sociedad hacia un camino de verdadera justicia y pluralidad que apunte definitivamente a que el ser humano sea respetado incondicionalmente, más allá del color de su piel, religión o partido político que milite.
Los derechos humanos deben gozar de permanente grandeza, pluralidad y pureza, para que nos permitan construir una sociedad más justa y tolerante, donde los violentos, canallas y asesinos no tengan cabida ni pretextos y menos aún que permanezcan impunes. Sería esta la manera más correcta y prudente de enaltecer a una sociedad y defenderla.
El brutal exterminio de los Onas ocurrido hace algo más de 130 años, es un tema tan tremendo como olvidado, pero sucedió en nuestro país y nuestros gobernantes directa e indirectamente fueron cómplices por acción o por omisión de semejante barbarie que desmerece nuestra historia y condena la conducta de nuestro pasado.
Onas o Shelknam era un pueblo amerindio ubicado en el norte de la isla grande de Tierra del Fuego. En 1520 la expedición de Fernando de Magallanes descubrió a estos pobladores dado que observaron gran cantidad de columnas de humo y fuego cuando navegaban por la costa de esa gran isla y la llamaron “tierra de los humos”, pero luego el mismo Rey de España, Carlos I, la hace denominar “Tierra del Fuego” .
En este lugar inhóspito y difícil de habitar se adaptó y vivió por siglos este pueblo aborigen que se dedicaba a la caza del guanaco y del zorro y desarrollaba una gran actividad de pesca en aguas turbulentas y peligrosas sobre aquellos canales fueguinos; construían sus canoas con la corteza de árboles, especialmente el guindo, a la que le daban forma y cocían con cintas de piel de foca, luego la impermeabilizaban con pasta de cenizas mezcladas con grasa de lobo marino; constantemente y con gran destreza navegaban con éstas por aquellas aguas, especialmente el canal de Beagle, buscando su pesca. Las mujeres a igual que los hombres, muy hacendosas y esmeradas, recolectaban raíces y frutos, moluscos y semillas, las que tostaban y molían, para luego hacer tortas que cocinaban en cenizas para así alimentar a su familia.
Era un pueblo que casi siempre vivía con una organización familiar estable, recolector, cazador, pescador y especialmente laborioso, se mantenía en alegría respetando su medio ambiente, fundamentalmente los bosques; cubrían su cuerpo con pieles de guanaco y usaban como armas el arco y la flecha; así vivió y se adaptó por siglos en ese lugar, casi de fin del mundo, quizás para que nadie los molestara. Pero al final la desgracia llegó, el hombre blanco apareció por esas tierras a partir del año 1840 en donde arribaron misioneros anglicanos y católicos salesianos, quizás con las mejores intenciones, pero detrás de ellos aparecieron estancieros europeos que sin ningún miramiento atropellaron aquel pueblo pacífico y se apoderaron de sus tierras “para colonizarlas”, ejerciendo una fuerte presión sobre toda la población nativa desplazándolas constantemente sobre sectores más dificultosos; luego también aparecieron europeos buscadores de oro que por años comprometieron la vida de la tribu originaria ignorando y desmereciendo su manera de vida. Entre ellos llegó un aventurero rumano, el ingeniero Julius Popper, que alcanzó a erigir un pequeño imperio minero, basado en cuestionados métodos, como la esclavitud y el genocidio de la población autóctona y fue el artífice de la exterminación de los Onas.
Con la llegada de los europeos, estos tenían solamente el arco y la flecha, en cambio aquellos poseían armas de fuego que usaban constantemente para cazarlos hasta por diversión y lo hacían sin miramientos. Los estancieros luego de usurpar aquellas tierras consolidaron posiciones sobre estancias que criaban ovejas y las cercaron. Los Onas ante tremendo arrebato le hicieron la guerra rompiendo los cercos y comiéndole algunas ovejas pero los pobres fueron acribillados a balazos. Fue esto la excusa para comenzar el exterminio de este pueblo en donde los estancieros contrataron asesinos a sueldo y el mismo gobierno argentino participó del genocidio enviando en ocasiones tropas de nuestra marina de guerra que protagonizaron episodios y crimines vergonzosos en contra de aquel pueblo aborigen. Los estancieros europeos contrataron asesinos a sueldo para organizar así a los grupos “cazadores de indios” y lo más escandaloso fue que pusieron precio por esos crímenes para incentivar las matanzas, se pagaba una libra por testículos y senos de los aborígenes y media libra por cada oreja de niño. Esto ocurrió en el año 1898.
Sobre este vergonzoso tema el escritor y periodista Roberto Payró registra sobre los Onas: “Se les ha quitado la tierra de sus padres y lo que es peor los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos dejándolos en la indigencia y luego los matan si se atreven robar una oveja para comer”.
También la historia documenta que existieron europeos que apresaron a niños Onas y los llevaron enjaulados para presentarlos como “gran novedad” en París en el año 1889, en aquella ciudad luz los hacían ver ante el ignorante público “como caníbales”, para lo cual le daban carne cruda como único alimento y parece que “la cultura europea” aceptaba y esperaba con entusiasmo ver esas repugnantes miseria humanas de estos traficantes inescrupulosos usando a criaturas inocentes que no podían defenderse. Los Onas en 1880 era un pueblo de cinco mil almas. Luego del asentamiento del hombre blanco, pasado cinco años del mismo, quedaron solamente quinientos y transcurridas unas décadas más quedaron sin descendencia directa. Esto fue causa de la brutalidad de nuestra “civilización”, hechos que indudablemente avergüenzan y condenan la actitud del ser humano quien muchas veces trata de ignorar estas miserias que protagonizó o dejarlas escondidas en la historia.
Walter Bonetto
25 de septiembre de 2014
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