jueves, 25 de septiembre de 2014

El terrible genocidio de los Onas

   Repasar episodios puntuales de nuestra  historia en muchas oportunidades nos enfrenta  con una realidad tan terrible como lacerante  que avergüenza, y así vemos  como nuestro pasado en buena medida nos condena,  porque observamos conductas de los hombres   que dejaron heridas muy profundas y muy difíciles de sanar.

    Así en gran medida es como  se observa  que muchas de esas heridas no cerraron a pesar del paso de las décadas  y de los siglos.   Como ejemplo podemos citar: el problema de la “conquista del desierto”, en muchas facetas muy discutidas por los métodos que se emplearon; el exterminio de tantos pueblos aborígenes;   más recientemente, el tema  de “los desaparecidos” durante la dictadura militar; las personas asesinadas   por los grupos terroristas,  y así  podemos encontrar una sucesión de episodios en nuestra historia con distintos  márgenes de amplitud conforme se sucedieron, los cuales sorprenden por su crueldad hasta nuestros días.

   Sobre estos temas se debate constantemente la sociedad, y debe debatirse,  porque aún los mismos  son causa de profundo dolor y de total injusticia. No alcanza la lucha de los derechos humanos, que si bien resulta valerosa,  no siempre se la observa con plenitud,  porque suele demostrar  aristas de parcialidad  y signos políticos, los cuales no tendrían que estar presente en esa lucha tan necesaria para dignificar al hombre y corregir a la sociedad  hacia un camino de verdadera justicia y pluralidad que apunte definitivamente a que el ser humano sea respetado incondicionalmente,  más allá del color de su piel, religión o partido político que milite.

   Los derechos humanos deben gozar  de permanente  grandeza, pluralidad y pureza,  para que nos permitan construir una sociedad más justa  y tolerante,  donde los violentos, canallas y asesinos no tengan cabida  ni pretextos  y menos aún que permanezcan impunes. Sería esta la manera más correcta y prudente de enaltecer a una sociedad y defenderla.

   El brutal exterminio de los Onas ocurrido hace algo más de 130 años,  es un tema tan tremendo como olvidado,  pero sucedió en nuestro país  y nuestros gobernantes directa e indirectamente fueron cómplices por acción o por omisión de semejante  barbarie que desmerece nuestra historia y condena la conducta de nuestro pasado.

    Onas o  Shelknam  era un pueblo amerindio ubicado en el norte de la isla grande de Tierra del Fuego. En 1520 la expedición de Fernando de Magallanes  descubrió  a estos pobladores  dado que  observaron  gran cantidad de columnas de humo y fuego  cuando navegaban por la costa  de esa gran isla  y la llamaron “tierra de los humos”, pero luego el mismo Rey de España, Carlos I,  la hace denominar “Tierra del Fuego” .
   En este lugar inhóspito y difícil de habitar se adaptó  y vivió por siglos este pueblo aborigen  que se dedicaba a la caza del guanaco y del zorro y desarrollaba una gran actividad de pesca en aguas turbulentas y peligrosas sobre aquellos canales fueguinos;  construían  sus canoas con la corteza de árboles, especialmente el guindo,  a la que le daban forma y  cocían con cintas de  piel de foca, luego  la impermeabilizaban con pasta de  cenizas mezcladas con  grasa de lobo marino; constantemente  y con gran destreza   navegaban con éstas por aquellas aguas, especialmente el canal de  Beagle,  buscando su pesca. Las mujeres a igual que los hombres, muy hacendosas y esmeradas, recolectaban raíces y frutos, moluscos y  semillas, las que tostaban y molían, para luego hacer tortas que cocinaban en cenizas para así alimentar a su familia.
  Era un pueblo que casi siempre vivía con una organización familiar  estable,   recolector, cazador, pescador y especialmente laborioso,  se mantenía  en alegría respetando su medio ambiente, fundamentalmente  los bosques; cubrían su cuerpo con pieles de guanaco y usaban como armas el arco y la flecha;  así vivió y se adaptó por siglos en ese lugar, casi de fin del mundo, quizás para que nadie los molestara. Pero al final  la desgracia llegó,  el hombre blanco apareció  por esas tierras a partir del año 1840 en donde arribaron misioneros  anglicanos  y católicos salesianos, quizás con las mejores intenciones,  pero detrás de ellos aparecieron estancieros europeos  que sin ningún miramiento atropellaron aquel pueblo pacífico  y  se apoderaron de sus tierras “para colonizarlas”,   ejerciendo  una fuerte presión sobre toda la población nativa desplazándolas constantemente  sobre sectores más dificultosos; luego también aparecieron europeos buscadores de oro  que por años  comprometieron la vida de la tribu originaria ignorando y desmereciendo su manera de vida. Entre ellos llegó un aventurero rumano, el ingeniero  Julius Popper,  que alcanzó a erigir un pequeño imperio minero, basado en cuestionados métodos, como la esclavitud y  el genocidio de la población autóctona y fue el artífice de la exterminación  de los Onas.

Con la llegada de los europeos, estos tenían solamente el arco y la flecha, en cambio  aquellos poseían armas de fuego que usaban constantemente para cazarlos hasta por diversión y lo hacían sin miramientos. Los estancieros  luego de usurpar  aquellas tierras consolidaron posiciones sobre estancias que criaban ovejas y  las cercaron. Los Onas ante tremendo arrebato  le hicieron la guerra  rompiendo los cercos y comiéndole algunas  ovejas  pero los pobres fueron  acribillados a balazos. Fue esto la excusa para comenzar el exterminio de este pueblo  en donde los estancieros contrataron  asesinos a sueldo y el mismo gobierno argentino participó del genocidio enviando en ocasiones  tropas de nuestra marina de guerra que protagonizaron episodios y crimines vergonzosos en contra de aquel pueblo aborigen. Los estancieros europeos contrataron asesinos a sueldo para organizar así a los grupos  “cazadores de indios” y lo más escandaloso fue que pusieron precio por esos crímenes para incentivar las matanzas, se pagaba una libra por testículos y senos de los aborígenes  y media libra por cada oreja de niño. Esto ocurrió  en el año 1898.

   Sobre este vergonzoso tema   el escritor y periodista Roberto Payró registra sobre los Onas: “Se les ha quitado la tierra de sus padres y lo que es peor los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos dejándolos en la indigencia y luego los matan si se atreven robar una oveja para comer”.

   También la historia documenta  que existieron  europeos que apresaron  a niños Onas  y los llevaron enjaulados para presentarlos como “gran novedad” en París en el año 1889, en aquella ciudad luz los hacían ver ante el ignorante público “como caníbales”,  para lo cual le daban carne cruda como único alimento  y parece que “la cultura europea”  aceptaba y esperaba con entusiasmo  ver esas repugnantes  miseria humanas de estos traficantes inescrupulosos usando a criaturas inocentes que no podían defenderse. Los Onas en 1880 era un pueblo de cinco mil almas.  Luego del asentamiento del hombre blanco, pasado cinco años del mismo, quedaron solamente quinientos y  transcurridas  unas décadas más quedaron sin descendencia directa.  Esto fue causa de la brutalidad  de nuestra “civilización”,  hechos que indudablemente avergüenzan  y condenan la actitud del ser humano quien muchas veces trata de ignorar estas miserias que protagonizó o dejarlas escondidas en la historia.


Walter Bonetto
25 de septiembre de 2014
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