El mundo está cada día más amenazado. Es escalofriante observar la deteriorada situación internacional que vive la humanidad y mientras esto ocurre gran parte de los países se muestran con absoluta indiferencia, incluida Argentina, que demostró recientemente junto a tantos otros países esta conducta días pasado en las Naciones Unidas, donde se observa que mientras unos pocos condenaron al terrorismo internacional, otros con su indiferencia o su silencio cómplice, dan a entender “que lo aprueban” y hasta lo defienden con su mutismo, sin darse cuenta que el terrorismo internacional lleva de manera progresiva y planificada a gran parte del mundo como simples ovejitas al matadero.
Que incautos que se demuestran tantos gobernantes; son tan incautos, incompetentes y tan poco visionarios que provocan pánico y desesperanza para la humanidad. ¿Realmente quiere el mundo vivir en paz? Bueno, parece que no, porque si quisiera vivir en paz condenaría a los grupos terroristas y serían solidarios con los pueblos verdaderamente oprimidos, o acaso: ¿los niños inocentes, mujeres, ancianos que mueren cada día en las áreas de conflictos a causa de los malvados, ¿no tienen derechos humanos? Y en esos lugares de brutalidad muchos no mueren a consecuencia de una lucha, mueren porque son cruelmente asesinados. Muchos de esos niños son asesinados no porque les cayó una bomba en la ciudad, sino que fueron sus adversarios y los acribillaron en frente de sus padres mirándolos a los ojos. Todas las muertes son malas, terribles, pero hay muchas formas de matar, aquí se ve el asesinato, que si bien no es nada nuevo, no tendría que ocurrir en estos tiempos ¿Por qué tanta maldad, tanta persecución?
Después de tantas guerras, realmente la humanidad no aprendió nada. ¿Las familias desplazadas o brutalmente arrojadas de sus hogares de toda la vida a sobrevivir en el infortunio, no deben ser defendidas? La humanidad deja mucho que desear el ser humano arrastra tanta maldad y miserias que da mucho miedo, la perversidad que demuestra es algo escalofriante, pero también es escalofriante la indiferencia de tantos gobernantes y habitantes del planeta que consienten semejantes genocidios. Países que venden armas y preparan a grupos extremistas. Terroristas que se creen dioses absolutos con derechos de matar a quien se le antoje sin juicio ni reglas. Odios viscerales que hacen que el ser humano no perdone para encontrar el camino de la paz. ¿Por qué no podrá perdonar el hombre y unirse realmente dejando de lado las diferencias? Actualmente sobreviven grupos fundamentalistas que estremecen con su accionar al resto de la sociedad y mientras tanto hay países que por no querer comprometerse no condenan este vergonzoso y creciente accionar.
Es indudable que la humanidad está en peligro Estas permisiones les costaran caro al mundo porque así el terrorismo cada día se extenderá más y más y mientras la mayoría de los gobiernos que aún subsisten en la faz de la tierra con principios de orden y respeto hacia sus semejantes no se unan consistentemente para decir “basta” a estos grupos de barbaros, los riesgos de la vida cada día que pase serán mayores.
Es necesario negociar urgente con las armas de la paz y la vida. Es necesario comprender al enemigo para así ponerle los limites correctos cediendo lo que se deba ceder para que la humanidad baje las armas y encuentre la paz es imprescindible que el mundo se ponga de acuerdo y deje de jugar a la escondida con su futuro. Todos los seres humanos tienen derecho de ser libres y no vivir amenazados.
Walter Bonetto
29 de septiembre de 2014
http://walterbonettoescritor.blogspot.com
walterbonettoescritor@gmail.com
Twiter: @walterbonetto
Escritor. Investigador de la historia de Río Cuarto, la región, de la industria aeronáutica y automotriz nacional. Columnista de medios radiales y gráficos. Autor de más de quince libros, algunos publicados en Estados Unidos. Miembro de la “Junta de Historia de Río Cuarto”. Conferencista sobre el desarrollo industrial. Sus libros han sido declarados de interés por la Municipalidad de Río Cuarto y por la Legislatura de Córdoba. La ciudad de Río Cuarto le otorgó el premio “Juan Filloy” en 2011.
lunes, 29 de septiembre de 2014
El Velorio
(Paraje de San Bernardo – costado sur del río Cuarto -entre Paso del Durazno y Reducción- año 1746)
Esa noche había velorio en San Bernardo, en el ranchito humilde de Cardoso fulguraban varias velas debajo de la enramada, lugar donde pusieron el cajón sobre un mesón de palos. Mientras, los dos perros propiedad del difunto dormían debajo del ataúd, como haciéndole guardia de honor a quien fuera su dueño. Algunos vecinos se acercaron por un momento durante la noche, más por curiosidad que por sentimientos, y solamente un amigo se hizo cargo del acontecimiento porque el finado no tenía familia ni gente que lo quisiera mucho, realmente era un paisano bastante despreciado por su vagancia y falta de conducta.
– Cheeeee Farebulo… dicime, ¿qué vai hace con el finadito ahura?
– Y acompañame, lo vamo a vilar y mañana lo llevamos al cimenterio.
– ¿Paaaa quééééé lo vai a vela tanto?... si no li hace falta.
– Es que si no lo vilamos y lo enterramos nosotros, se lo van a comer los perros, al pobre. Es que no tiene a naide… pobre negro y quedó en disgracia.
– Va a tener que pedí permiso en el cimenterio.
– Ya hablé con el cura, y a media mañana lo va a enterrar con bindición y todo.
– ¿Y pa` qué juiiiiste hablá con el cura?
– Me lo dijo el Juez, el que vino a tomar declaraciones a esa yegua que ensartó al pobre negro.
– Pero atindeme, si este negro era como yooooo, no estaba bendicido po` la iglesia… ¿paaaqui lo vay a lleva a la iglesia?, lo hubiéramos interrao en el campito y sin vilorio, ¿o no sabi acaso que a él no le gustaban los curas?
– Güeeeeeno, no siaas bruto, lo van a bindicir ahura como finadiiiiiito, además yo me hice cargo y el Juez, que es la autoridá, me dijo que lo viláramos en su rancho toda la noche y que mañana lo lleváramos al cimenterio de la iglesia.
– ¡Quiiiiii pelotuuuuudo el Juez ese!… dicime… ¿y si el negro comienza a larga olor?, ¿cómo lo va a vilá tanto?
Estaban cansados los amigos, habían trabajado en trámites y volteretas, y ahora Farebulo debía cumplir con las indicaciones del Juez.
De tanto en tanto aparecía algún paisano para despedirse del finado. El velorio era la representación de la pobreza; yuyos, huesos de resto de animales, patios sucios, el rancho con paredes de barro sin cal, y hasta mal olor que salía de su interior, todo daba la nota de descuido absoluto de quien fuera su morador.
Un paisano ya entrado en años con botas altas, espuelas de bronce y poncho colorado se acercó al cajón, se quitó el sombrero, y comenzó a hablar en voz alta y con palabras retenidas, como dirigiéndose al muerto, aunque de tanto en tanto mirando a los pocos presentes.
– ¡Pooooobrecito, el Cardoso!… tan güeno que era el finadito… ¡cuántas gauchadas me hizo!... las ovejas que me regaló; las espuelas de plata y el bozal pa el alazán también. Pa` mí era muy güeno… era un hermano, que el tata Dios lo tenga ahora con él. Mirá queeeee manera de morir, el pobre.
– ¿Era amigo de Cardoso, don Ortiz? – preguntó despacito Farebulo.
– Sí que era muy amigo, y él también era muy amigo de mi familia, quería mucho a mis gurises, y a mi mujer, ¡pa` que le viá a contar, siempre le llevaba regalos también!, era de güeeeen corazón…
Al final, el velorio quedó en soledad. Ya la noche había alcanzado al amanecer. El Farebulo y el Ramón se habían quedado dormido, tirados sobre unos catres en el patio.
– Ramón, Ramón… dispertate y fíjate en el finadito.
– ¿El finadito?
– ¡Sí!... el finadito, mirá, se le apagaron las velas, andá fíjate si está bien.
– ¿Si está bien mi diciiis?... ¿y por qué no ti fijas vo, Farebulo?
– Si te digo… yo no me animo a ver un finao de noche… a ver si se disparó y anda el alma suelta.
– Güeno, pero no mi dejes solo, vamo los do junto entonces.
Se levantaron sin que el valor les sobrara; estaba bastante oscuro y casi nada veían.
– No si ve nada cheee, ¿estará el finao?
Pudieron prender un candil y lo llevaron lentamente, alumbrando el cajón.
– Viste, viste… el negro está bien pobriciiiiito, ni se ha movido, parece dormido, pobre negro, pero no sé por qué se apagaron las velas si no hay viento.
– No, no se apagaron las velas, se consumieron.
– ¿Y diande vay consigui velas ahura?
– Es que ya va amanecer… no hace falta velas, prindamos el fogón.
– Sí, y hagamos unos churrasco que a mí me duele la panza de hambre.
– Fijate si el negro tiene carne en el rancho, sino yo viá a buscar mientras vos prindes fuego.
– ¿Y cómo le vai a comer la carne al finadito?
– Y, si el pobre ya no la va a comer más.
Al rato apareció Ramón desde adentro del rancho con el candil en una mano y con la otra ocupada.
– ¡Mira Farebulo!, carne no encontré, pero hay una botella de caña pa hacela chupete.
– Traela Ramón, vamo tomala con mate.
Tempranito salió el cortejo fúnebre con cuatro personas y dos perros acompañando al Farebulo, quien llevaba la carretilla. Cruzada sobre la misma iba el cajón sin tapa, de madera rústica –fabricado por el mulato Arenales, carpintero del pueblo – con el muerto, avanzando hacia el cementerio.
En aquel recorrido Ramón llevaba la botella de caña casi vacía.
– ¡Che Ramón!… tine un poco di rispeeeeto, no podí andar con la botella por el entierro.
– Güeno, gueeeno, me la tirmino de tomar entonces. ¡Qué carajo! vo sos más dilicao que cura dando misa.
Muy mareado y alegre iba Ramón por la calle del entierro. Zigzagueaba por el guadal mientras exclamaba a gritos lo bueno que era el finado.
– Vamo interrar un güen gaucho, que lo mató una disgraciada.
– ¡Callate la boca Ramón!, tiné un poco di rispeto al finao y no hable más.
– Güeno, dijamelo que yo lo llevo un poco.
– No, vo lo vay a tumbar por la calle. Se te subió la caña a la cabeza.
A duras penas llegaba a destino el singular cortejo. Y a medida que pasaron por algunos ranchos, los perros ladraban al cajón, mientras la gente salía afuera para correrlos y se persignaban en señal de respeto al hombre muerto. Ramón con su botella en alto, enredado en su borrachera, los saludaba, demostrando alegría.
El sacerdote que se encontraba esperando realizó una oración, luego sacaron al muerto del cajón y lo sepultaron en la tumba, después lo cubrieron de tierra y sobre el bordo de esta colocaron una cruz de palos.
– ¡Quí cagaaaada padre!... ¿no va podi salí más el pobre negro?
El sacerdote lo miró; ya se había dado cuenta del estado en que se encontraba y nada respondió.
Los amigos del difunto fueron a la iglesia para aportar los datos del finado, porque papeleta no tenía. El cura realizó el acta de defunción, colocando el nombre, la edad aparente y la causa de la muerte, registrada como “muerte por puñalada”.
Toda la ceremonia había terminado.
A las pocas horas el rancho del finado fue invadido por algunos vecinos curiosos, dado que ahora no tenía más dueño.
Nada de valor encontraron para apropiarse, solamente una pava y dos jarros, todo lo demás eran inmundicias, incluyendo algunas ropas sucias.
(fragmento del libro "El Carrero de San Bernardo de Walter Bonetto)
29 de septiembre de 2014
http://walterbonettoescritor.blogspot.com
walterbonettoescritor@gmail.com
Twiter: @walterbonetto
Esa noche había velorio en San Bernardo, en el ranchito humilde de Cardoso fulguraban varias velas debajo de la enramada, lugar donde pusieron el cajón sobre un mesón de palos. Mientras, los dos perros propiedad del difunto dormían debajo del ataúd, como haciéndole guardia de honor a quien fuera su dueño. Algunos vecinos se acercaron por un momento durante la noche, más por curiosidad que por sentimientos, y solamente un amigo se hizo cargo del acontecimiento porque el finado no tenía familia ni gente que lo quisiera mucho, realmente era un paisano bastante despreciado por su vagancia y falta de conducta.
– Cheeeee Farebulo… dicime, ¿qué vai hace con el finadito ahura?
– Y acompañame, lo vamo a vilar y mañana lo llevamos al cimenterio.
– ¿Paaaa quééééé lo vai a vela tanto?... si no li hace falta.
– Es que si no lo vilamos y lo enterramos nosotros, se lo van a comer los perros, al pobre. Es que no tiene a naide… pobre negro y quedó en disgracia.
– Va a tener que pedí permiso en el cimenterio.
– Ya hablé con el cura, y a media mañana lo va a enterrar con bindición y todo.
– ¿Y pa` qué juiiiiste hablá con el cura?
– Me lo dijo el Juez, el que vino a tomar declaraciones a esa yegua que ensartó al pobre negro.
– Pero atindeme, si este negro era como yooooo, no estaba bendicido po` la iglesia… ¿paaaqui lo vay a lleva a la iglesia?, lo hubiéramos interrao en el campito y sin vilorio, ¿o no sabi acaso que a él no le gustaban los curas?
– Güeeeeeno, no siaas bruto, lo van a bindicir ahura como finadiiiiiito, además yo me hice cargo y el Juez, que es la autoridá, me dijo que lo viláramos en su rancho toda la noche y que mañana lo lleváramos al cimenterio de la iglesia.
– ¡Quiiiiii pelotuuuuudo el Juez ese!… dicime… ¿y si el negro comienza a larga olor?, ¿cómo lo va a vilá tanto?
Estaban cansados los amigos, habían trabajado en trámites y volteretas, y ahora Farebulo debía cumplir con las indicaciones del Juez.
De tanto en tanto aparecía algún paisano para despedirse del finado. El velorio era la representación de la pobreza; yuyos, huesos de resto de animales, patios sucios, el rancho con paredes de barro sin cal, y hasta mal olor que salía de su interior, todo daba la nota de descuido absoluto de quien fuera su morador.
Un paisano ya entrado en años con botas altas, espuelas de bronce y poncho colorado se acercó al cajón, se quitó el sombrero, y comenzó a hablar en voz alta y con palabras retenidas, como dirigiéndose al muerto, aunque de tanto en tanto mirando a los pocos presentes.
– ¡Pooooobrecito, el Cardoso!… tan güeno que era el finadito… ¡cuántas gauchadas me hizo!... las ovejas que me regaló; las espuelas de plata y el bozal pa el alazán también. Pa` mí era muy güeno… era un hermano, que el tata Dios lo tenga ahora con él. Mirá queeeee manera de morir, el pobre.
– ¿Era amigo de Cardoso, don Ortiz? – preguntó despacito Farebulo.
– Sí que era muy amigo, y él también era muy amigo de mi familia, quería mucho a mis gurises, y a mi mujer, ¡pa` que le viá a contar, siempre le llevaba regalos también!, era de güeeeen corazón…
Al final, el velorio quedó en soledad. Ya la noche había alcanzado al amanecer. El Farebulo y el Ramón se habían quedado dormido, tirados sobre unos catres en el patio.
– Ramón, Ramón… dispertate y fíjate en el finadito.
– ¿El finadito?
– ¡Sí!... el finadito, mirá, se le apagaron las velas, andá fíjate si está bien.
– ¿Si está bien mi diciiis?... ¿y por qué no ti fijas vo, Farebulo?
– Si te digo… yo no me animo a ver un finao de noche… a ver si se disparó y anda el alma suelta.
– Güeno, pero no mi dejes solo, vamo los do junto entonces.
Se levantaron sin que el valor les sobrara; estaba bastante oscuro y casi nada veían.
– No si ve nada cheee, ¿estará el finao?
Pudieron prender un candil y lo llevaron lentamente, alumbrando el cajón.
– Viste, viste… el negro está bien pobriciiiiito, ni se ha movido, parece dormido, pobre negro, pero no sé por qué se apagaron las velas si no hay viento.
– No, no se apagaron las velas, se consumieron.
– ¿Y diande vay consigui velas ahura?
– Es que ya va amanecer… no hace falta velas, prindamos el fogón.
– Sí, y hagamos unos churrasco que a mí me duele la panza de hambre.
– Fijate si el negro tiene carne en el rancho, sino yo viá a buscar mientras vos prindes fuego.
– ¿Y cómo le vai a comer la carne al finadito?
– Y, si el pobre ya no la va a comer más.
Al rato apareció Ramón desde adentro del rancho con el candil en una mano y con la otra ocupada.
– ¡Mira Farebulo!, carne no encontré, pero hay una botella de caña pa hacela chupete.
– Traela Ramón, vamo tomala con mate.
Tempranito salió el cortejo fúnebre con cuatro personas y dos perros acompañando al Farebulo, quien llevaba la carretilla. Cruzada sobre la misma iba el cajón sin tapa, de madera rústica –fabricado por el mulato Arenales, carpintero del pueblo – con el muerto, avanzando hacia el cementerio.
En aquel recorrido Ramón llevaba la botella de caña casi vacía.
– ¡Che Ramón!… tine un poco di rispeeeeto, no podí andar con la botella por el entierro.
– Güeno, gueeeno, me la tirmino de tomar entonces. ¡Qué carajo! vo sos más dilicao que cura dando misa.
Muy mareado y alegre iba Ramón por la calle del entierro. Zigzagueaba por el guadal mientras exclamaba a gritos lo bueno que era el finado.
– Vamo interrar un güen gaucho, que lo mató una disgraciada.
– ¡Callate la boca Ramón!, tiné un poco di rispeto al finao y no hable más.
– Güeno, dijamelo que yo lo llevo un poco.
– No, vo lo vay a tumbar por la calle. Se te subió la caña a la cabeza.
A duras penas llegaba a destino el singular cortejo. Y a medida que pasaron por algunos ranchos, los perros ladraban al cajón, mientras la gente salía afuera para correrlos y se persignaban en señal de respeto al hombre muerto. Ramón con su botella en alto, enredado en su borrachera, los saludaba, demostrando alegría.
El sacerdote que se encontraba esperando realizó una oración, luego sacaron al muerto del cajón y lo sepultaron en la tumba, después lo cubrieron de tierra y sobre el bordo de esta colocaron una cruz de palos.
– ¡Quí cagaaaada padre!... ¿no va podi salí más el pobre negro?
El sacerdote lo miró; ya se había dado cuenta del estado en que se encontraba y nada respondió.
Los amigos del difunto fueron a la iglesia para aportar los datos del finado, porque papeleta no tenía. El cura realizó el acta de defunción, colocando el nombre, la edad aparente y la causa de la muerte, registrada como “muerte por puñalada”.
Toda la ceremonia había terminado.
A las pocas horas el rancho del finado fue invadido por algunos vecinos curiosos, dado que ahora no tenía más dueño.
Nada de valor encontraron para apropiarse, solamente una pava y dos jarros, todo lo demás eran inmundicias, incluyendo algunas ropas sucias.
(fragmento del libro "El Carrero de San Bernardo de Walter Bonetto)
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jueves, 25 de septiembre de 2014
El terrible genocidio de los Onas
Repasar episodios puntuales de nuestra historia en muchas oportunidades nos enfrenta con una realidad tan terrible como lacerante que avergüenza, y así vemos como nuestro pasado en buena medida nos condena, porque observamos conductas de los hombres que dejaron heridas muy profundas y muy difíciles de sanar.
Así en gran medida es como se observa que muchas de esas heridas no cerraron a pesar del paso de las décadas y de los siglos. Como ejemplo podemos citar: el problema de la “conquista del desierto”, en muchas facetas muy discutidas por los métodos que se emplearon; el exterminio de tantos pueblos aborígenes; más recientemente, el tema de “los desaparecidos” durante la dictadura militar; las personas asesinadas por los grupos terroristas, y así podemos encontrar una sucesión de episodios en nuestra historia con distintos márgenes de amplitud conforme se sucedieron, los cuales sorprenden por su crueldad hasta nuestros días.
Sobre estos temas se debate constantemente la sociedad, y debe debatirse, porque aún los mismos son causa de profundo dolor y de total injusticia. No alcanza la lucha de los derechos humanos, que si bien resulta valerosa, no siempre se la observa con plenitud, porque suele demostrar aristas de parcialidad y signos políticos, los cuales no tendrían que estar presente en esa lucha tan necesaria para dignificar al hombre y corregir a la sociedad hacia un camino de verdadera justicia y pluralidad que apunte definitivamente a que el ser humano sea respetado incondicionalmente, más allá del color de su piel, religión o partido político que milite.
Los derechos humanos deben gozar de permanente grandeza, pluralidad y pureza, para que nos permitan construir una sociedad más justa y tolerante, donde los violentos, canallas y asesinos no tengan cabida ni pretextos y menos aún que permanezcan impunes. Sería esta la manera más correcta y prudente de enaltecer a una sociedad y defenderla.
El brutal exterminio de los Onas ocurrido hace algo más de 130 años, es un tema tan tremendo como olvidado, pero sucedió en nuestro país y nuestros gobernantes directa e indirectamente fueron cómplices por acción o por omisión de semejante barbarie que desmerece nuestra historia y condena la conducta de nuestro pasado.
Onas o Shelknam era un pueblo amerindio ubicado en el norte de la isla grande de Tierra del Fuego. En 1520 la expedición de Fernando de Magallanes descubrió a estos pobladores dado que observaron gran cantidad de columnas de humo y fuego cuando navegaban por la costa de esa gran isla y la llamaron “tierra de los humos”, pero luego el mismo Rey de España, Carlos I, la hace denominar “Tierra del Fuego” .
En este lugar inhóspito y difícil de habitar se adaptó y vivió por siglos este pueblo aborigen que se dedicaba a la caza del guanaco y del zorro y desarrollaba una gran actividad de pesca en aguas turbulentas y peligrosas sobre aquellos canales fueguinos; construían sus canoas con la corteza de árboles, especialmente el guindo, a la que le daban forma y cocían con cintas de piel de foca, luego la impermeabilizaban con pasta de cenizas mezcladas con grasa de lobo marino; constantemente y con gran destreza navegaban con éstas por aquellas aguas, especialmente el canal de Beagle, buscando su pesca. Las mujeres a igual que los hombres, muy hacendosas y esmeradas, recolectaban raíces y frutos, moluscos y semillas, las que tostaban y molían, para luego hacer tortas que cocinaban en cenizas para así alimentar a su familia.
Era un pueblo que casi siempre vivía con una organización familiar estable, recolector, cazador, pescador y especialmente laborioso, se mantenía en alegría respetando su medio ambiente, fundamentalmente los bosques; cubrían su cuerpo con pieles de guanaco y usaban como armas el arco y la flecha; así vivió y se adaptó por siglos en ese lugar, casi de fin del mundo, quizás para que nadie los molestara. Pero al final la desgracia llegó, el hombre blanco apareció por esas tierras a partir del año 1840 en donde arribaron misioneros anglicanos y católicos salesianos, quizás con las mejores intenciones, pero detrás de ellos aparecieron estancieros europeos que sin ningún miramiento atropellaron aquel pueblo pacífico y se apoderaron de sus tierras “para colonizarlas”, ejerciendo una fuerte presión sobre toda la población nativa desplazándolas constantemente sobre sectores más dificultosos; luego también aparecieron europeos buscadores de oro que por años comprometieron la vida de la tribu originaria ignorando y desmereciendo su manera de vida. Entre ellos llegó un aventurero rumano, el ingeniero Julius Popper, que alcanzó a erigir un pequeño imperio minero, basado en cuestionados métodos, como la esclavitud y el genocidio de la población autóctona y fue el artífice de la exterminación de los Onas.
Con la llegada de los europeos, estos tenían solamente el arco y la flecha, en cambio aquellos poseían armas de fuego que usaban constantemente para cazarlos hasta por diversión y lo hacían sin miramientos. Los estancieros luego de usurpar aquellas tierras consolidaron posiciones sobre estancias que criaban ovejas y las cercaron. Los Onas ante tremendo arrebato le hicieron la guerra rompiendo los cercos y comiéndole algunas ovejas pero los pobres fueron acribillados a balazos. Fue esto la excusa para comenzar el exterminio de este pueblo en donde los estancieros contrataron asesinos a sueldo y el mismo gobierno argentino participó del genocidio enviando en ocasiones tropas de nuestra marina de guerra que protagonizaron episodios y crimines vergonzosos en contra de aquel pueblo aborigen. Los estancieros europeos contrataron asesinos a sueldo para organizar así a los grupos “cazadores de indios” y lo más escandaloso fue que pusieron precio por esos crímenes para incentivar las matanzas, se pagaba una libra por testículos y senos de los aborígenes y media libra por cada oreja de niño. Esto ocurrió en el año 1898.
Sobre este vergonzoso tema el escritor y periodista Roberto Payró registra sobre los Onas: “Se les ha quitado la tierra de sus padres y lo que es peor los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos dejándolos en la indigencia y luego los matan si se atreven robar una oveja para comer”.
También la historia documenta que existieron europeos que apresaron a niños Onas y los llevaron enjaulados para presentarlos como “gran novedad” en París en el año 1889, en aquella ciudad luz los hacían ver ante el ignorante público “como caníbales”, para lo cual le daban carne cruda como único alimento y parece que “la cultura europea” aceptaba y esperaba con entusiasmo ver esas repugnantes miseria humanas de estos traficantes inescrupulosos usando a criaturas inocentes que no podían defenderse. Los Onas en 1880 era un pueblo de cinco mil almas. Luego del asentamiento del hombre blanco, pasado cinco años del mismo, quedaron solamente quinientos y transcurridas unas décadas más quedaron sin descendencia directa. Esto fue causa de la brutalidad de nuestra “civilización”, hechos que indudablemente avergüenzan y condenan la actitud del ser humano quien muchas veces trata de ignorar estas miserias que protagonizó o dejarlas escondidas en la historia.
Walter Bonetto
25 de septiembre de 2014
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Así en gran medida es como se observa que muchas de esas heridas no cerraron a pesar del paso de las décadas y de los siglos. Como ejemplo podemos citar: el problema de la “conquista del desierto”, en muchas facetas muy discutidas por los métodos que se emplearon; el exterminio de tantos pueblos aborígenes; más recientemente, el tema de “los desaparecidos” durante la dictadura militar; las personas asesinadas por los grupos terroristas, y así podemos encontrar una sucesión de episodios en nuestra historia con distintos márgenes de amplitud conforme se sucedieron, los cuales sorprenden por su crueldad hasta nuestros días.
Sobre estos temas se debate constantemente la sociedad, y debe debatirse, porque aún los mismos son causa de profundo dolor y de total injusticia. No alcanza la lucha de los derechos humanos, que si bien resulta valerosa, no siempre se la observa con plenitud, porque suele demostrar aristas de parcialidad y signos políticos, los cuales no tendrían que estar presente en esa lucha tan necesaria para dignificar al hombre y corregir a la sociedad hacia un camino de verdadera justicia y pluralidad que apunte definitivamente a que el ser humano sea respetado incondicionalmente, más allá del color de su piel, religión o partido político que milite.
Los derechos humanos deben gozar de permanente grandeza, pluralidad y pureza, para que nos permitan construir una sociedad más justa y tolerante, donde los violentos, canallas y asesinos no tengan cabida ni pretextos y menos aún que permanezcan impunes. Sería esta la manera más correcta y prudente de enaltecer a una sociedad y defenderla.
El brutal exterminio de los Onas ocurrido hace algo más de 130 años, es un tema tan tremendo como olvidado, pero sucedió en nuestro país y nuestros gobernantes directa e indirectamente fueron cómplices por acción o por omisión de semejante barbarie que desmerece nuestra historia y condena la conducta de nuestro pasado.
Onas o Shelknam era un pueblo amerindio ubicado en el norte de la isla grande de Tierra del Fuego. En 1520 la expedición de Fernando de Magallanes descubrió a estos pobladores dado que observaron gran cantidad de columnas de humo y fuego cuando navegaban por la costa de esa gran isla y la llamaron “tierra de los humos”, pero luego el mismo Rey de España, Carlos I, la hace denominar “Tierra del Fuego” .
En este lugar inhóspito y difícil de habitar se adaptó y vivió por siglos este pueblo aborigen que se dedicaba a la caza del guanaco y del zorro y desarrollaba una gran actividad de pesca en aguas turbulentas y peligrosas sobre aquellos canales fueguinos; construían sus canoas con la corteza de árboles, especialmente el guindo, a la que le daban forma y cocían con cintas de piel de foca, luego la impermeabilizaban con pasta de cenizas mezcladas con grasa de lobo marino; constantemente y con gran destreza navegaban con éstas por aquellas aguas, especialmente el canal de Beagle, buscando su pesca. Las mujeres a igual que los hombres, muy hacendosas y esmeradas, recolectaban raíces y frutos, moluscos y semillas, las que tostaban y molían, para luego hacer tortas que cocinaban en cenizas para así alimentar a su familia.
Era un pueblo que casi siempre vivía con una organización familiar estable, recolector, cazador, pescador y especialmente laborioso, se mantenía en alegría respetando su medio ambiente, fundamentalmente los bosques; cubrían su cuerpo con pieles de guanaco y usaban como armas el arco y la flecha; así vivió y se adaptó por siglos en ese lugar, casi de fin del mundo, quizás para que nadie los molestara. Pero al final la desgracia llegó, el hombre blanco apareció por esas tierras a partir del año 1840 en donde arribaron misioneros anglicanos y católicos salesianos, quizás con las mejores intenciones, pero detrás de ellos aparecieron estancieros europeos que sin ningún miramiento atropellaron aquel pueblo pacífico y se apoderaron de sus tierras “para colonizarlas”, ejerciendo una fuerte presión sobre toda la población nativa desplazándolas constantemente sobre sectores más dificultosos; luego también aparecieron europeos buscadores de oro que por años comprometieron la vida de la tribu originaria ignorando y desmereciendo su manera de vida. Entre ellos llegó un aventurero rumano, el ingeniero Julius Popper, que alcanzó a erigir un pequeño imperio minero, basado en cuestionados métodos, como la esclavitud y el genocidio de la población autóctona y fue el artífice de la exterminación de los Onas.
Con la llegada de los europeos, estos tenían solamente el arco y la flecha, en cambio aquellos poseían armas de fuego que usaban constantemente para cazarlos hasta por diversión y lo hacían sin miramientos. Los estancieros luego de usurpar aquellas tierras consolidaron posiciones sobre estancias que criaban ovejas y las cercaron. Los Onas ante tremendo arrebato le hicieron la guerra rompiendo los cercos y comiéndole algunas ovejas pero los pobres fueron acribillados a balazos. Fue esto la excusa para comenzar el exterminio de este pueblo en donde los estancieros contrataron asesinos a sueldo y el mismo gobierno argentino participó del genocidio enviando en ocasiones tropas de nuestra marina de guerra que protagonizaron episodios y crimines vergonzosos en contra de aquel pueblo aborigen. Los estancieros europeos contrataron asesinos a sueldo para organizar así a los grupos “cazadores de indios” y lo más escandaloso fue que pusieron precio por esos crímenes para incentivar las matanzas, se pagaba una libra por testículos y senos de los aborígenes y media libra por cada oreja de niño. Esto ocurrió en el año 1898.
Sobre este vergonzoso tema el escritor y periodista Roberto Payró registra sobre los Onas: “Se les ha quitado la tierra de sus padres y lo que es peor los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos dejándolos en la indigencia y luego los matan si se atreven robar una oveja para comer”.
También la historia documenta que existieron europeos que apresaron a niños Onas y los llevaron enjaulados para presentarlos como “gran novedad” en París en el año 1889, en aquella ciudad luz los hacían ver ante el ignorante público “como caníbales”, para lo cual le daban carne cruda como único alimento y parece que “la cultura europea” aceptaba y esperaba con entusiasmo ver esas repugnantes miseria humanas de estos traficantes inescrupulosos usando a criaturas inocentes que no podían defenderse. Los Onas en 1880 era un pueblo de cinco mil almas. Luego del asentamiento del hombre blanco, pasado cinco años del mismo, quedaron solamente quinientos y transcurridas unas décadas más quedaron sin descendencia directa. Esto fue causa de la brutalidad de nuestra “civilización”, hechos que indudablemente avergüenzan y condenan la actitud del ser humano quien muchas veces trata de ignorar estas miserias que protagonizó o dejarlas escondidas en la historia.
Walter Bonetto
25 de septiembre de 2014
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viernes, 12 de septiembre de 2014
El “Mercado Progreso”. Primer mercado de Río Cuarto.
Desde los inicios de la antigua Villa de La Concepción, existió la necesidad de contar con puestos de abastecimiento para proveer de los productos básicos que la población requería. Así podemos ver que en el año 1800 el Procurador del Cabildo Don Pedro José Garay “pedía a las autoridades para regular el aprovisionamiento de carne, dado que había pobladores que tenían hambre y faltaba el auxilio de alimento a enfermos y ancianos”. Así fue que con su gestión el procurador logró que todo el Cabildo se pusiera trabajar sobre este tema y definiera un punto de venta para los productos básicos de la población que aseguraran sus necesidades alimenticias, incluyendo a las familias pobres y más desprotegidas.
Por aquellos años no había almacén ni mercado, solamente algunas pulperías pero no vendían productos alimenticios, salvo algunos artículos de excepción como galletas y frutas secas. Concentrar un lugar de venta de los productos básicos no era tan sencillo y no tener el mismo significaba un grave y preocupante problema para la población. El Cabildo copiando el método de otras poblaciones designó a la plaza como lugar de concentración de productos para que los vecinos se abastecieran de manera ordenada y normalizada; así fue como el “abastecedor de turno”, controlado por el Cabildo, debía instalar su puesto en una esquina de la plaza y asegurar la distribución correcta y precio adecuado a cada comprador bajo pena de multa ante un incumplimiento.
En otra esquina de la plaza se le asignaba un lugar para “las amasaderas”, que autorizadas por el cabildo, vendían tortas al rescoldo, panes, pasteles y empanadas; también había un lugar para quienes ofrecían frutas y verduras. En conclusión: en la misma plaza funcionaba un mercado, solamente por aquellos inicios, dos días por semana, dado que habitaban La Villa unos quinientos pobladores. Los años fueron pasando, el abastecimiento en la plaza se mantuvo casi constantemente; la población crecía, no faltaron quienes se instalaron con fondas, almacenes y tiendas de artículos varios, pero con el tiempo surgió la necesidad de construir un edificio como mercado central.
Muchas fueron las influyentes personas que por el año 1880 impulsaron con perseverancia esta iniciativa y así nace, cuando la ciudad ya había superado los siete mil habitantes, un extraordinario emprendimiento en el centro mismo, a una cuadra de la plaza, donde antes era el paraje de las carretas, conocido y llamado por muchos, el “monte de los gauchos”, es donde ahora se encuentra edificada nuestra municipalidad. Ahí nacía el primer mercado de Río Cuarto para brindar un servicio de aprovisionamiento a la población de manera permanente y organizada, y por iniciativa del Jefe Político de aquel entonces, Don Alejandro Roca, se lo llamó “Mercado Progreso”. Se consideraba que la ciudad había progresado en muchos aspectos que le dieron una importancia regional extraordinaria pero faltaba un centro de abastecimiento básico para la población y lograr esto era considerado un significativo progreso.
Durante la gestión del Presidente Comunal don Ambrosio Olmos se inauguraba el gran edificio dotado de todas las comodidades básicas para instalar puestos de ventas de verduras, carnes, pan y sus derivados. Así ocurrió como a las dos de la tarde del 17 de julio de aquel año se reunieron las autoridades civiles, militares y eclesiásticas presididas por el Presidente Comunal de la ciudad de Río Cuarto, Don Ambrosio Olmos, y los ciudadanos en general, procediendo a colocar la piedra fundamental del Mercado Progreso que fue el primer mercado de Río Cuarto. Así mencionaba parte del texto que contiene el acta:
“En la ciudad de La Concepción de Río Cuarto a los 17 días del mes de julio de 1881 -día del natalicio del excelentísimo Señor Presidente de la Republica, Brigadier Gral. Don Julio Argentino Roca-. Los abajo firmados: Honorables Concejo Municipales, Deliberativo y Ejecutivo con sus respectivos Presidentes, Miembros y Secretarios, Jueces de Letras, Alzadas y Primera Instancia, Jefe de Frontera, Cura Párroco y demás vecinos de esta ciudad, declaramos que en este acto que se acaba de efectuar la piedra fundamental con la inscripción de (17 de julio de 1881) del “Mercado Público Del Progreso” título indicado por el respetable señor Padrino, Jefe político don Alejandro Roca. Hacemos fervientes votos por que dicho establecimiento produzca los frutos que el pueblo y contratistas aspiran. Firmamos la presente en el mismo local del mercado a las dos de la tarde…
El Mercado Progreso durante 50 años de manera ininterrumpida acompaño a la ciudad y su gente pero también acompaño a la región, porque gran parte de los productos que comercializaba a través de los distintos puestos venían de los sectores de quintas y chacras aledañas a la ciudad. Luego estas instalaciones fueron demolidas para construir el actual edificio municipal. Dentro de aquel mercado llegaron a funcionar hasta treinta puesto de ventas de distintas mercaderías; en el centro existía un gran patio que paraban vehículos motorizados y carros a caballo que traían los productos; fuera del mercado por el sector oeste y luego por el norte corría una pequeña acequia y al costado de la misma funcionaban cantinas muy concurridas que ofrecían bebidas, choripanes y salchichas. Era el mercado un gran lugar de concentración de muchas personas locales y forasteras que concurrían por distintos motivos.
Demolido el mismo y ya construido el Palacio Municipal el día 15 de abril de 1932, un jardinero que acomodaba los canteros del nuevo edificio antes de ser habilitado, con el pico que trabajaba removiendo escombros golpeó un caño metálico, al desenterrarlo lo abrió porque tenía una tapa y encontró que había un tubo de vidrio que apareció roto por el golpe pero en su interior contenía el acta de inauguración del Mercado Progreso de la cual hacemos referencia y seguramente se convirtió en un episodio poco conocido pero muy valioso de nuestra historia.
Walter Bonetto
12 de septiembre de 2014
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Por aquellos años no había almacén ni mercado, solamente algunas pulperías pero no vendían productos alimenticios, salvo algunos artículos de excepción como galletas y frutas secas. Concentrar un lugar de venta de los productos básicos no era tan sencillo y no tener el mismo significaba un grave y preocupante problema para la población. El Cabildo copiando el método de otras poblaciones designó a la plaza como lugar de concentración de productos para que los vecinos se abastecieran de manera ordenada y normalizada; así fue como el “abastecedor de turno”, controlado por el Cabildo, debía instalar su puesto en una esquina de la plaza y asegurar la distribución correcta y precio adecuado a cada comprador bajo pena de multa ante un incumplimiento.
En otra esquina de la plaza se le asignaba un lugar para “las amasaderas”, que autorizadas por el cabildo, vendían tortas al rescoldo, panes, pasteles y empanadas; también había un lugar para quienes ofrecían frutas y verduras. En conclusión: en la misma plaza funcionaba un mercado, solamente por aquellos inicios, dos días por semana, dado que habitaban La Villa unos quinientos pobladores. Los años fueron pasando, el abastecimiento en la plaza se mantuvo casi constantemente; la población crecía, no faltaron quienes se instalaron con fondas, almacenes y tiendas de artículos varios, pero con el tiempo surgió la necesidad de construir un edificio como mercado central.
Muchas fueron las influyentes personas que por el año 1880 impulsaron con perseverancia esta iniciativa y así nace, cuando la ciudad ya había superado los siete mil habitantes, un extraordinario emprendimiento en el centro mismo, a una cuadra de la plaza, donde antes era el paraje de las carretas, conocido y llamado por muchos, el “monte de los gauchos”, es donde ahora se encuentra edificada nuestra municipalidad. Ahí nacía el primer mercado de Río Cuarto para brindar un servicio de aprovisionamiento a la población de manera permanente y organizada, y por iniciativa del Jefe Político de aquel entonces, Don Alejandro Roca, se lo llamó “Mercado Progreso”. Se consideraba que la ciudad había progresado en muchos aspectos que le dieron una importancia regional extraordinaria pero faltaba un centro de abastecimiento básico para la población y lograr esto era considerado un significativo progreso.
Durante la gestión del Presidente Comunal don Ambrosio Olmos se inauguraba el gran edificio dotado de todas las comodidades básicas para instalar puestos de ventas de verduras, carnes, pan y sus derivados. Así ocurrió como a las dos de la tarde del 17 de julio de aquel año se reunieron las autoridades civiles, militares y eclesiásticas presididas por el Presidente Comunal de la ciudad de Río Cuarto, Don Ambrosio Olmos, y los ciudadanos en general, procediendo a colocar la piedra fundamental del Mercado Progreso que fue el primer mercado de Río Cuarto. Así mencionaba parte del texto que contiene el acta:
“En la ciudad de La Concepción de Río Cuarto a los 17 días del mes de julio de 1881 -día del natalicio del excelentísimo Señor Presidente de la Republica, Brigadier Gral. Don Julio Argentino Roca-. Los abajo firmados: Honorables Concejo Municipales, Deliberativo y Ejecutivo con sus respectivos Presidentes, Miembros y Secretarios, Jueces de Letras, Alzadas y Primera Instancia, Jefe de Frontera, Cura Párroco y demás vecinos de esta ciudad, declaramos que en este acto que se acaba de efectuar la piedra fundamental con la inscripción de (17 de julio de 1881) del “Mercado Público Del Progreso” título indicado por el respetable señor Padrino, Jefe político don Alejandro Roca. Hacemos fervientes votos por que dicho establecimiento produzca los frutos que el pueblo y contratistas aspiran. Firmamos la presente en el mismo local del mercado a las dos de la tarde…
Hay unas 30 firmas de autoridades y un sello de la Municipalidad de Río Cuarto.
El Mercado Progreso durante 50 años de manera ininterrumpida acompaño a la ciudad y su gente pero también acompaño a la región, porque gran parte de los productos que comercializaba a través de los distintos puestos venían de los sectores de quintas y chacras aledañas a la ciudad. Luego estas instalaciones fueron demolidas para construir el actual edificio municipal. Dentro de aquel mercado llegaron a funcionar hasta treinta puesto de ventas de distintas mercaderías; en el centro existía un gran patio que paraban vehículos motorizados y carros a caballo que traían los productos; fuera del mercado por el sector oeste y luego por el norte corría una pequeña acequia y al costado de la misma funcionaban cantinas muy concurridas que ofrecían bebidas, choripanes y salchichas. Era el mercado un gran lugar de concentración de muchas personas locales y forasteras que concurrían por distintos motivos.
Demolido el mismo y ya construido el Palacio Municipal el día 15 de abril de 1932, un jardinero que acomodaba los canteros del nuevo edificio antes de ser habilitado, con el pico que trabajaba removiendo escombros golpeó un caño metálico, al desenterrarlo lo abrió porque tenía una tapa y encontró que había un tubo de vidrio que apareció roto por el golpe pero en su interior contenía el acta de inauguración del Mercado Progreso de la cual hacemos referencia y seguramente se convirtió en un episodio poco conocido pero muy valioso de nuestra historia.
Walter Bonetto
12 de septiembre de 2014
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